El uso de las plantas con fines medicinales se pierde en el origen de los tiempos. En la historia de la Medicina moderna se relaciona este uso a la simple constatación empírica popular mediante la prueba de ensayo y error.
Es decir, se presupone así que, desde la más lejana antigüedad, las plantas conocidas hoy día como medicinales, son el fruto experimental por parte de gente del campo que, a través de repetidas experiencias a lo largo del tiempo, fueron elaborando las largas listas de plantas curativas y dando origen a algo así como la folk-medicina o medicina del pueblo.
En el pensamiento científico-materialista actual se prefiere ver esto de esta manera, antes que investigar en el simbolismo y la alegoría que por ejemplo nos aportan los mitos, leyendas e historias antiguas, ya que, con el método de la ciencia común, no se alcanza a penetrar en el lenguaje simbólico profundo. Así, por ejemplo, cuando oyen hablar del centauro Quirón -el que es hábil con las manos- que vivía en una cueva del monte Pelión en Tesalia y que le enseño el arte de la Medicina al semidios Asclepios, sobre todo a través del uso de plantas con propiedades medicinales, solo les cabe esbozar una especie de «sonrisa burlona» con la que en realidad están ocultando su propia ignorancia sobre el verdadero origen de la Medicina.
Ahora eso sí, queda muy «culto» usar palabras o imágenes deslumbrantes de ese estilo antiguo, como Quirón, Asclepios, etc. para poner nombre actualmente a hospitales, clínicas privadas, marcas relacionadas con las medicinas, o incluso usar imágenes mitológicas como representantes de la Medicina actual, como por ejemplo en el corporativismo médico, como puede ser la figura del propio dios de la Medicina, Asclepios, con su bastón y la serpiente enroscada.
«Esos textos y esas construcciones milenarias, son pruebas vivas de un conocimiento aún no superado hoy día por la ciencia común.»
A propósito de este símbolo -el bastón con la serpiente enroscada-, adoptado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1947 como símbolo «representante oficial de la Medicina», existe aún mucha controversia con respecto al símbolo del Caduceo de Mercurio, que como sabrán consta de un bastón con una esfera alada en el extremo superior y dos serpientes enroscadas de forma contrapuesta.
Somos de la opinión favorable al Caduceo de Mercurio, sin entrar en detalles, porque no solo representa a la curación del cuerpo, sino también a la del alma, con la adquisición de la conocida como «la nueva consciencia». El casco alado y el triple eje vendrían a representar el sistema nervioso cerebroespinal renovado «por la energía espiritual» como sede de esa nueva consciencia anímica que se asienta en el interior de la cabeza, la médula y en ambos cordones del simpático que transcurren próximos y de forma paralela a la columna vertebral.
Además de eso, el pensamiento científico-materialista, con «su estructura mental lineal», hace percibir la realidad como si el desarrollo del conocimiento humano obedeciera a una simple línea ascendente que, partiendo desde su punto más bajo en el remoto pasado, ha alcanzado hoy día su punto más elevado, y así, se presupone que seguirá progresando sin parar, sin límites.
Según esta forma de ver las cosas, de ahí se concluye que, por supuesto, el conocimiento alcanzado hoy día es muy superior a cualquier otro del pasado, cuando en verdad no es así. Bastaría con prestar un poco más de atención a algunos textos sagrados antiquísimos como los Vedas, los Upanishads, etc. o algunas construcciones como las pirámides de Gizeh que se mantienen casi intactas después de cerca de 5000 años que llevan en pie, por solo citar algunos de los ejemplos más conocidos. Esos textos y esas construcciones milenarias, son pruebas vivas de un conocimiento aún no superado hoy día por la ciencia común.
Esa forma de pensar puramente materialista, cuanto menos arrogante, es la que nos ha llevado al callejón sin salida en el que nos encontramos hoy, al menos en nuestra civilización occidental, ya que el pensamiento, meramente superficial, es incapaz de penetrar en las esencias y misterios que esconde la madre Naturaleza e incluso nos aleja de la Verdad de nuestra propia existencia.
Y … sin saber cuál es nuestro propósito en este planeta llamado Tierra, ¿cómo saber qué dirección tomar en tanto que Humanidad? Y tal como decíamos antes, a poco que se investigue en ello, en todas las grandes civilizaciones del pasado, podemos encontrar muestras de una sabiduría antiquísima como base y raíz común a las grandes verdades que han arraigado en la humanidad, al margen o no, de que se hayan podido aplicar o desarrollar con toda su potencialidad.
Se podría decir que este «inmenso acervo espiritual» de la humanidad, se mantiene presente e intacto, a pesar de que es la propia humanidad actual la que claramente le ha dado la espalda. Así, por ejemplo, por solo tomar una referencia cercana a nuestra cultura, vemos en el antiguo Egipto como los Kabirim fueron los que llevaron «la medicina de las plantas» a los sacerdotes y les enseñaron su uso específico para cada dolencia.
«¿Pero qué tienen las plantas que las hace tan útiles para el tratamiento para los numerosos estados patológicos del ser humano?»
Pero se preguntarán ¿quiénes fueron esos Kabirim? Históricamente, se sabe muy poco sobre ellos, pero hay testimonios y señales de su presencia y actuación benefactora en muchos países de la ribera oriental del Mediterráneo en la antigüedad. Podemos deducir que «ese acervo espiritual y de conocimiento profundo» que impregna nuestra civilización es mucho más voluminoso y significativo de lo que comúnmente se piensa.
Y la idea principal que se deriva de ello es que ese «tesoro de auténtica sabiduría» distribuido por el mundo entero, solo se puede explicar por su proveniencia de «entidades evolutivamente superiores, con un gran desarrollo espiritual» cuyo nivel de consciencia y sabiduría era y es muy superior a la de la propia Humanidad actual. Los pueblos en la antigüedad hablaban frecuentemente o se referían a ese tipo de contactos como de «revelaciones o regalo de los dioses», en el sentido de todo lo aportado por estos «grandes sabios, entidades espirituales o divinidades».
¿Pero qué tienen las plantas que las hace tan útiles para el tratamiento para los numerosos estados patológicos del ser humano? Sabemos que el estudio farmacológico de las plantas medicinales fue lo que dio inicio a la Farmacología actual, por el hecho de haber sido capaces de extraer «el principio activo» que contenían algunas plantas para usarlo directamente de forma ponderal con los enfermos. Incluso en una siguiente fase, se consiguieron obtener dichos principios activos, no ya de las plantas, sino mediante síntesis química directa, o sea, de forma artificial. Por ejemplo, el ácido acetilsalicílico (Aspirina), antes de sintetizarse en el laboratorio y producirlo a escala comercial, se utilizaban las hojas del sauce al menos desde hace más de 2.500 años.
¿Eso ha logrado sustituir y anular el uso de las plantas medicinales hoy día? Por supuesto que no. Muchas personas siguen usándolas en diversas formas porque, aunque sea de manera intuitiva o empírica, han experimentado sus múltiples beneficios sin tener los inconvenientes de los fármacos de síntesis química. Así, el uso de las plantas medicinales posiblemente vaya en aumento en el futuro, no solo con su uso directo en infusión (Fitoterapia), sino también mediante los aceites esenciales (Aromaterapia), los preparados espagíricos (Terapia Espagírica), las tinturas madres y diluciones homeopáticas (Homeopatía), en forma de esencias florales (según la terapia del Dr. Eward Bach), masaje terapéutico con extractos de plantas medicinales, inhalaciones, baños medicinales, etc.
¿Pero qué especie de «valor añadido» tienen las plantas para que sean tan importantes y reconocidas como remedios terapéuticos desde la más remota antigüedad y hasta nuestros días?
Paracelso, el gran genio de la Medicina, no dejó dudas al respecto: «El remedio procede de la Naturaleza, no de los médicos. Por eso el médico ha de proceder, con entendimiento abierto, conforme a la Naturaleza. Los médicos no deben asombrarse de que la Naturaleza sea más que su arte. Porque ¿qué alcanza a compararse con las fuerzas de la Naturaleza? Quien no ha llegado a reconocerlas, no podrá tampoco dominar la Medicina. En una planta hay más virtud y energía que en todos los gruesos libros que se leen en las universidades, a los que no ha sido concedida larga vida.»
Hemos visto que la Farmacología actual logró extraer el llamado «principio activo» de las plantas medicinales o incluso consiguió sintetizarlo artificialmente en el laboratorio. Con él se generan los fármacos actualmente que como sabemos tienen su efecto específico ponderal, dosis-dependiente y generalmente con importantes efectos secundarios y adversos, que ha dado origen a lo que se conoce en parte como la yatrogenia.
«Hoy en día es conocido que los seres vivos -animales y plantas- además de su estructura material, poseen lo que podríamos denominar su configuración energética.»
Pero las plantas no solo tienen la parte química material -causante también de los innumerables efectos secundarios y adversos- sino que, además, como decía Paracelso, tienen «virtud y energía», es decir, un añadido y beneficioso efecto energético. Por eso, hemos de comprender que, en todas las terapias basadas en las plantas medicinales, además de su «efecto ponderal», podemos buscar también su «efecto energético», es decir un efecto cualitativo que no depende de la cantidad, frente al cuantitativo que si depende del peso que tiene cada dosis de los fármacos expresados generalmente en miligramos.
Para una mente pragmática materialista es impensable que, algunas preparaciones de plantas que solo se basan en el «efecto energético de la planta» y que, por tanto, al hacer un análisis químico ponderal no encuentra materia alguna ninguna molécula componente de dicha planta, puedan tener efecto curativo alguno y lo consideran un simple placebo y por tanto lo catalogan fácilmente de pseudociencia. Así hemos visto desde hace ya numerosos años, como la industria farmacéutica (Farma-industria) reaccionó muy fuertemente ante el avance de «las terapias energéticas», usando el fácil argumento de catalogarlas a todas como pseudociencia y por tanto «borrándolas de un plumazo» -como se suele decir- del escenario médico y eliminando toda competencia.
De esta forma se consiguió que gobiernos como, el español, las prohibieran al menos en el ámbito de su Sistema Nacional de Salud. Hoy en día es conocido que los seres vivos -animales y plantas- además de su estructura material, poseen lo que podríamos denominar su «configuración energética» que en realidad es lo que sustenta a lo material y le da la vida como «fuerza vital». Es lo que marca la diferencia entre un cadáver y un ser humano vivo.
Es interesante ver los resultados obtenidos con la cámara Kirliam que es capaz de fotografiar el halo energético de cualquier cosa material animada, incluso inanimada, que es como un campo electromagnético alrededor, como una matriz energética envolvente a todo lo material.
Siguiendo el mismo paralelismo, un fármaco químico sería al cadáver como un remedio energético, sería a la «fuerza vital» del ser humano. Y como las plantas y los animales comparten ambas propiedades, la material y energética, y siendo que lo energético es previo a lo material, resulta pues entonces, que curar la enfermedad expresada en el cuerpo material, es más lógico y natural si se hace actuando desde el plano energético al material, es decir, desde «dentro a afuera».
Según este planteamiento, antiguo y nuevo a la vez, solo quedaría saber de qué tipo es el trastorno o desequilibrio energético que sufre un paciente, que se expresa siempre en las diversas alteraciones orgánicas materiales, para elegir el remedio que ofrecen las plantas medicinales -preparadas de la forma más adecuada, en infusión, remedio homeopático, remedio espagírico, esencias florales, etc., con sus propiedades integrales energético-materiales, para que le aporte el reequilibrio energético y consecuentemente el físico.
«La serpiente es un símbolo por excelencia de la renovación o «la resurrección», ya que es capaz de cambiar su piel de forma completa.»
Esto -por supuesto- dependerá del conocimiento y la pericia que tenga el terapeuta con el uso de la terapia que nos aportaron los Kabirim y que ampliaron y perfeccionaron médicos geniales como Paracelso, Hanheman y Bach, por solo nombrar los más representativos.
Y, para terminar apenas de esbozar este interesante tema para la recuperación de la salud de las personas, aportamos algunas ideas básicas de todos ellos: «El médico debe hablar de lo que es invisible. Lo que es visible debe de formar parte de sus conocimientos, y debe reconocer las enfermedades, igual que cualquier otro que no es médico, puede distinguirlas por sus signos. Pero con eso todavía no es ni con mucho un médico, sino solo cuando sepa lo que no tiene nombre, es invisible e inmaterial… Y, aun así, tiene el don de causar efectos».
Cita del libro LA VISIÓN ROSACRUZ DEL ARTE DE PARACELSO, página 53, del mismo autor de este artículo.
«Similia Similibus Curentur», es el principio de similitud en la que Samuel Hahnemann basó el desarrollo de la Homeopatía en 1790, tras constatar la semejanza entre los síntomas del paludismo y el cuadro toxicológico de la quinina (obtenida de la corteza del árbol de la quina).
Después, en 1810, publica la primera edición de su libro EL ORGANON DE LA MEDICINA, donde sienta las bases homeopáticas. Leemos allí en el precepto número 10: «El organismo material, sin la fuerza vital, es incapaz de sentir, de obrar, de defenderse a sí mismo; todas las sensaciones nacen y todas las funciones vitales se realizan por medio del ser inmaterial (el principio vital, fuerza vital) que lo anima, tanto en estado de salud como en el de enfermedad».
«La principal razón del fracaso de la moderna ciencia médica es que trata los resultados, pero no las causas. Durante muchos siglos, la naturaleza real de la enfermedad ha quedado enmascarada por el materialismo, y de este modo la enfermedad en sí misma ha tenido todas las oportunidades de extender sus estragos, ya que no ha sido atacada en sus orígenes… Los métodos materialistas actuales nunca podrán erradicar o curar la enfermedad, por la simple razón de que su origen no es material… La enfermedad es en esencia el resultado de un conflicto entre el Alma y la Mente, y nunca podrá ser erradicada sin un esfuerzo espiritual y mental».
Estas son unas palabras extraídas del librito del Dr. Edward Bach titulado CÚRESE USTED MISMO, que como él mismo dice en el capítulo uno, «no se trata de decir que el arte de curar es innecesario, sino que es una guía para aquellos que sufren, para que puedan buscar dentro de sí mismos el origen real de sus enfermedades, de modo que así puedan intervenir en su propia curación».
No obstante, los médicos y todo tipo de terapeutas de hoy día son unos de los grandes héroes de nuestro tiempo, ya que se enfrentan a una «misión casi imposible»: la de luchar contra un inmenso ejército de factores patogénicos que hacen la vida natural cada vez más dificultosa.
Por eso, la educación para la salud, la responsabilidad del autocuidado, las medidas higiénico-dietéticas naturales, la práctica de ejercicio físico regular, una buena y positiva actitud ante la vida sin resentimientos, y sobre todo, el uso de remedios sencillos como las plantas medicinales (en sus múltiples formas de preparación), van a conformar todo ello un estilo de vida sano, que no solo se va a mostrar como algo totalmente necesario ya en el presente actual, sino como algo imprescindible para afrontar los nuevos tiempos que ya brillan en el horizonte.
Pero, aun así, ¿cómo es que en este mundo y a pesar de todos los avances terapéuticos del tipo que sean, la Humanidad tiene que seguir viviendo con el deterioro, la enfermedad y finalmente la muerte de forma irremediable?
¿Acaso es que nunca ha existido algo así como «la terapia definitiva»? ¿No podría ser aquella capaz de elevar a la Humanidad al mismo rango que los denominados «dioses» y que vemos en el pasado remoto de muchas civilizaciones? Apolo, en el Olimpo, así parece que nos lo dio a entender a través de su hijo Asclepios cuando lo inmortalizó en lo que conocemos hoy día como la constelación de Ofiuco o «el portador de la serpiente», el dios de la verdadera Medicina del cuerpo y del alma. La serpiente es un símbolo por excelencia de la renovación o «la resurrección», ya que es capaz de cambiar su piel de forma completa.
En la antigüedad, a los grandes sabios y adeptos, les llamaban «los hijos de la Serpiente», los Nâgas en la antigua India, los Nagales en México…. Así que se nos dijo hace algo más de 2000 años: «Sed sabios como las serpientes y sencillos como las palomas».
Autor: Vicente Gorrís Beltrán