En una sociedad donde todo parece estar a un clic de distancia, las relaciones humanas se han vuelto muy efímeras, como señala Zygmunt Bauman en su concepto de modernidad líquida. El ghosting –desaparecer sin explicaciones– no es solo un acto de desconexión, sino el reflejo de un miedo más profundo: el miedo a enfrentarse al otro o, mejor dicho, a uno mismo.
El vacío nos aterra. ¿Qué habrá en ese lugar en el que no hay nada?
Vivimos en un mundo que evita el silencio. En palabras de Bauman, «somos esclavos de la inmediatez», y el ghosting es una reacción extrema de esa urgencia por escapar. No escapamos del otro, sino del reflejo que vemos en el otro y no queremos afrontar. Reconocer al otro implica reconocernos a nosotros mismos, con nuestras contradicciones, limitaciones y vulnerabilidades, y esa profundidad nos asusta, pues lo que puede emerger de nuestro subconsciente, quizás no es controlable ni precedible.
El ruido externo es nuestra protección ante el abismo del silencio.
La verdadera espiritualidad, por el contrario, nos invita a mirar hacia dentro, a habitar ese espacio incómodo. Y aquí reside el desafío: asumir la responsabilidad de nuestras emociones y de nuestros pensamientos, en lugar de huir de ello.
Para Bauman, el amor y las relaciones auténticas no son estados de consumo, sino prácticas de compromiso y de cuidado mutuo. El ghosting, sin embargo, niega este planteamiento. Al desaparecer, evitamos enfrentar las consecuencias de nuestras acciones, como si ignorar el daño lo hiciera inexistente. Pero el daño, como el vacío, persiste y cuando no se afronta, crece, no se disuelve, como nos gustaría que lo hiciera.
La espiritualidad nos enseña que toda acción tiene una causa y un efecto. Desaparecer no es más que otra forma de evitar la conciencia, de rechazar la oportunidad de crecer en el reflejo que el otro nos ofrece. Es una negación de la inherente conexión que compartimos con todo lo que nos rodea.
Aceptar es un acto de valentía y de profunda humildad, que nos abre a ver las cosas sin identificarnos tanto con ellas, es decir, a más distancia, sin ejercer un juicio y sin tanto miedo.
El ghosting es la huida virtual, y sea en el ámbito digital como en el presencial, no desaparecerá mientras nos neguemos a aceptar nuestra vulnerabilidad, pues al final es la respuesta de un ego, que asustado en un salón lleno de espejos, sale huyendo de su propio reflejo.
La solución no está en buscar relaciones perfectas o respuestas fáciles, sino en aceptar la imperfección, nuestras limitaciones, tanto en nosotros como en el otro, y en ese mismo momento se abren las puertas de lo ilimitado, de lo perfecto en nosotros. Pues al final, el verdadero cambio de mirada sobre las cosas surge desde el corazón, a partir de un Amor, que poco tiene que ver con el miedo disfrazado de orgullo, que como alguien a ciegas, huye de todo lo que le molesta, sobre todo de lo que le hace abrir los ojos.
La aceptación no significa conformismo, sino apertura.
Es reconocer la realidad sin los velos subjetivos de la personalidad, que basa su verdad según su experiencia, sus creencias y la educación recibida.
La realidad, tal como es, es neutra y sobre una base de aceptación podemos encontrar en ella las lecciones que necesitamos para evolucionar.
Cuando dejamos de huir del vacío, este deja de ser una amenaza y se convierte en una puerta hacia una conexión más profunda, con nosotros mismos y con los demás.
La conciencia es una puerta que se abre desde dentro y Bauman nos recuerda que el mundo es un reflejo de nuestra conciencia. Si anhelamos relaciones más humanas, debemos empezar por conectar con nuestra parte más humana.
El ghosting no es solo una desconexión externa, sino una desconexión interna con uno mismo. Reconstruir esos puentes requiere de coraje, honestidad y, sobre todo, de compromiso.
Y hasta que no hacemos las paces con algunos de los aspectos de los que más nos avergonzamos, siempre vamos a criticar esos mismos comportamientos en nuestro entorno. Cuando comprendes que toda opinión es una visión cargada de historia personal, empiezas a comprender que todo juicio es una confesión.
Ojalá mirar hacia fuera nos hiciera ver lo que llevamos dentro, pero resulta que, por inercia, la ilusión nos mantiene presos y entretenidos, creyendo que lo que vemos es algo externo a nosotros, como si se tratase de una película.
Para todo ello, en la actualidad hay una gran oferta de cursos para mitigar el dolor de lo que emerge del subconsciente, aunque sea temporal y a un alto precio, se suelen encontrar agrupados en la sección de »New age» de cualquier filtro de búsqueda.
¿Pero cuál es el problema? Como pregunta Hawkins en la introducción de su libro »Dejar ir» Pues que no es suficiente simplemente buscar sentirnos bien; debemos confrontar las raíces de nuestras emociones, asumir responsabilidad y abrirnos a una transformación real. Y ahí nace la necesidad de la autenticidad frente a una sociedad que frecuentemente prefiere atajos y soluciones superficiales.
En resumen, el problema es que muchas de las ofertas disponibles en el ámbito del bienestar, o como muchos llamarían »New age», aunque pueden ser útiles a corto plazo, no conducen a una verdadera liberación del sufrimiento interno ni se basan en la transformación estructural que requiere emprender un verdadero camino espiritual.
Al igual que la oruga debe romper su estructura de gusano para transformarse en mariposa, un proceso de transformación espiritual requiere de que nuestra personalidad atraviese una ruptura total y profunda de sus estructuras, permitiéndonos renacer en una versión más auténtica y elevada de nosotros mismos.
¿No es quizás y precisamente a eso a lo que teme nuestro ego? ¿A que descubramos que no somos según sus estructuras limitantes, sino que su función es la de disolverse para que pueda expresarse algo nuevo a través nuestro?
Nos encantaría conocer tus reflexiones, escríbenos si quieres a contacto@axiumsite.org