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Krishnamurti y el ayuno de pensamientos

Se suele decir que en realidad Krishnamurti no aportó nada nuevo a la Enseñanza Universal ni dispus…

La vida de Krishnamurti

Se suele decir que en realidad Krishnamurti no aportó nada nuevo a la Enseñanza Universal ni dispuso de un cuerpo doctrinal importante. Sus conferencias solían contar con escasas novedades, y lo único perceptible es que a lo largo de los años fue mejorando y afinando el uso del lenguaje, de las palabras, para acercarse cada vez más a un mensaje claro y preciso.

 

Todo esto es cierto, pero se pasa por alto lo más importante en Krishnamurti. Lo que él detectó fue la ilusión generalizada en el mundo esotérico-espiritual, que alcanzó formas grotescas en la Sociedad Teosófica, en su manifestación en los años de influencia del tándem Besant-Leadbeater, con iniciaciones al por mayor y un espectáculo creciente de sotanas. Se centró, por tanto, en descubrir las causas por las que personas de una gran reputación intelectual y una aguda inteligencia pudiesen ser víctimas tan fáciles de la ilusión espiritual.

 

«Por eso todo lo que percibimos está contaminado irremediablemente

Y lo que percibió fue lo siguiente. La herramienta central y única de la que dispone el ser humano es su “consciencia de ser”. Y esa consciencia está completa y absolutamente condicionada por el pensamiento corriente, por la facultad de construir pensamientos, condicionada por sentimientos y construcciones mentales inyectadas desde el exterior a sí mismo. Todas las impresiones procedentes de la realidad que acuden a nuestra consciencia, lo hacen atravesando el filtro de los condicionantes preestablecidos. Por eso todo lo que percibimos está contaminado irremediablemente. Aun a pesar de ese bagaje de condicionantes, nos damos cuenta una y otra vez que vivimos en conflicto con la realidad, que estamos permanentemente en tensión, que somos manipulados por el miedo y que por todo ello sufrimos. Y entonces buscamos una salida a esa situación, pues deseamos dejar de sufrir. Buscamos ayuda. Esa ayuda viene a nosotros habitualmente de las religiones, iglesias, comunidades de buscadores y maestros espirituales. Pero como no disponemos de una percepción no condicionada, los mensajes, consejos y enseñanzas de esos maestros y sacerdotes se conectan inmediatamente con la nube de condicionantes y los refuerzan, añadiendo nuevos condicionantes en forma de esquemas teóricos, doctrinas y ritos. De ahí que todo ello se haya demostrado a lo largo de los milenios como inútil y estéril.

«El mensaje de Krishnamurti es: dejar de pensar.»

 

Por tanto, solo una revolución de la vida de los pensamientos que destruya radicalmente todos los filtros y condicionantes que se interponen entre la realidad y nuestra consciencia, puede resolver el conflicto existencial del ser humano y poner punto final a tanto sufrimiento. El mensaje de Krishnamurti es por tanto: dejar de pensar. Y es aquí donde se encuentra también el núcleo de la incomprensión que sufrió. Pues todos sabemos que no podemos dejar de pensar, como tampoco podemos dejar de sentir.

Lo que Krishnamurti propone es un ayuno riguroso de pensamientos, dejar de consumirlos, desprenderse de ellos, tomar distancia de ellos, pero observar la realidad con nuestra consciencia perceptiva sin emitir ninguna valoración y descripción. Algo así como comer unas fresas degustando su sabor pero sin construir alrededor de ellas un relato verbal-intelectual.

 

«Él llegó a ese estado de desprendimiento de los pensamientos después de numerosas experiencias, fases y procesos.»

 

Él insiste en que si lo hacemos, nos liberamos de raíz de todos y cada uno de los condicionantes e intoxicaciones mentales, sin que ni uno solo pueda sobrevivir. Y que para ello no necesitamos a ningún gurú, maestro o iglesia. Que adherirse a un grupo implica aceptar nuevos condicionantes, y por ello rechazó radicalmente la posibilidad de formar un grupo, pues sabía que inmediatamente sería convertido en un nuevo gurú para los miembros de ese grupo.

Al no formar ningún tipo de organización, su mensaje no pudo pasar de repetir una y otra vez el mensaje preliminar, pues cada vez, en sus numerosos viajes y conferencias a lo largo de América, Europa y Asia, se encontró ante un público mayoritariamente nuevo, y por ello cada vez debió comenzar por el inicio. Y los pocos que acudieron en reiteradas ocasiones a sus charlas, no encontraron un espacio en el que desarrollar y avanzar en un proceso de revolución radical de la vida de los pensamientos.

 

Krishnamurti llegó a ese estado de desprendimiento de los pensamientos después de numerosas experiencias, fases y procesos, y por alguna extraña razón rechazó la posibilidad de que también los demás necesitaban pasar por determinadas fases y experiencias para poder llegar a ese estado en el que el ser consciente se vuelve independiente de los pensamientos. Sostuvo siempre que eso mismo se podía obtener de un solo paso, radical y fundamental, pero inmediato.

La negación de la necesidad de un proceso para desembocar en ese pretendido estado de limpieza mental que suprima todos los condicionantes (raciales, sociales, religiosos, ideológicos y culturales), así como el rechazo a crear un espacio de libertad protegido donde desarrollar ese proceso, explican el escaso, si no nulo resultado de su trabajo en términos de autorrealización espiritual y liberación efectiva entre los cientos de miles de simpatizantes de sus ideas, quienes reconocieron su carisma y lucidez espiritual, pero no pudieron metabolizar ningún resultado en sus vidas.   

 

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