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Narciso, más vivo que nunca

Una reflexión sobre el apego a nuestro ego y sus consecuencias. La mitología clásica tiene respuest…

 

La mitología clásica tiene respuesta a todas las vivencias, necesidades e inclinaciones humanas. Los griegos del mundo antiguo y clásico crearon historias que se convirtieron en mitos, algunas de ellas las heredaron de otras culturas más antiguas, cuyas capas de interpretación son profundas y residen en el inconsciente colectivo, donde nos influyen poderosamente. Los mitos, aparentemente simples, son profundos y complejos y han inspirado el teatro, el arte, la literatura, la poesía y el cine, que aún vive de los paradigmas mitológicos que siguen vigentes y nos influyen de forma continua. La mitología tiene el don, por la experiencia conjunta y anónima, de configurar las sensaciones y emociones más allá de lo puramente racional para incrustarse en la psique humana y reflejar universos deseables o catastróficos por mor de apelar a una parte de nosotros que aspira a no someterse a las imperfectas actitudes de esta naturaleza buscando escapar de los finales trágicos o deseando convertirse en los grandes héroes dotados de valores sobre humanos.

 

Hoy Narciso está más vivo que nunca.

Y es que el famoso mito, del que nació el nombre de la hermosa flor en la que se convirtió Narciso, nos da las claves más profundas del egocentrismo humano.

No hay nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, este mito hoy adquiere un carácter muy actual, debido a la creciente exposición de los seres humanos a través de los medios digitales, con una clara tendencia “narcisista”.

 

Narciso era hijo del dios fluvial Cefiso y de la ninfa Liríope. Su madre pensó que había traído al mundo al ser más hermoso y bello. Con unos atributos incomparables. Liríope buscó al profeta Tiresias para saber qué le depararía el futuro y si su hijo llegaría a la vejez. Tiresias dijo: “llegará si él no se contempla así mismo”.

Narciso fue creciendo y cada vez se tornaba más hermoso y atractivo. No había mujer que no se enamorara de él. Despertaba envidias en los hombres y se iba volviendo más huraño y solitario. La ninfa Eco se enamoró locamente de él nada más verle. Eco había cometido el error de distraer, con su charlatanería, a Hera mientras su esposo Zeus tenía sus aventuras con las ninfas, hasta que Hera se enteró y la condenó a no poder hablar y tan solo repetir la última palabra escuchada.

 

Narciso andaba solitario y perdido en sí mismo, pensando que nadie era digno de él. Sus pensamientos siempre giraban en torno a la admiración de su graciosa y esbelta figura que ningún otro ojo podía contemplar.

Eco lo seguía, pero no se atrevía a mostrarse. Su corazón estaba atrapado, contemplando al joven e intentando que surgiera la ocasión de abrazarlo y mostrarle su amor. Narciso, sorprendido por la sed, se acercó a una fuente de agua cristalina para beber y Eco se acercó:

¿Quién está ahí? Dijo Narciso y Eco respondió: ¡Ahí, ahí…!

¿Quién eres? Y ella respondió: ¡Eres, eres…!

¡Vete de aquí! Dijo él, en tono desagradable, y ella respondió: ¡Aquí, aquí…!
Eco apareció y abrazó a Narciso, pero en ese momento él vio en las aguas cristalinas su figura y se zafó de la pobre Eco de malas maneras.

Narciso habló: ¡Vete! Nada puede haber entre tú y el bello Narciso. Y ella respondió: ¡Narciso, Narciso…!

Eco se ruborizó y avergonzada, se fue de puntillas. Condenada a repetir siempre la última palabra en las montañas.

Narciso se contempló y enamoró al instante de su reflejo en las aguas cristalinas. Cada gesto, cada sonrisa, hacía que se enamorara cada vez más de sí mismo. Pasó tanto tiempo contemplándose y llorando por intentar poseer esa imagen, que murió por inanición. Su corazón se detuvo y cayó en un lecho de lilas. Ni siquiera los dioses podían tocar ese bello cuerpo y se convirtió en flor. En esa bella flor llamada Narciso.

 
«El Metaverso no es nuevo, nació hace veinte años con Second Life.»

 

El ser humano sumido en la materia ha perdido el contacto con el mundo divino. Se ha enamorado de sí mismo y solo contempla lo que le interesa en una danza egocéntrica donde los demás son meros títeres que forman un paisaje devastador.

La actual digitalización ha conseguido multiplicar dos cosas: la incomunicación y la super-exposición, consecuencia de la primera.

 

En un mundo hiper-conectado, creemos que nos comunicamos, pero tan solo es una sensación. Ahora estamos más incomunicados que nunca. Hemos perdido la estrecha y, a veces, íntima relación con las personas. Hemos cambiado la calidad relacional por la cantidad desconocida del universo cibernético, y esto genera una ansiedad derivada, dónde aflora la necesidad de gustar a todos, en una hipérbole descarnada y, en general, falsa.

 

El Metaverso no es nuevo, nació hace veinte años con Second Life, donde empezaron los primeros conatos de virtualizar personas y crear avatares idealizados con atributos irreales. Esto desembocó, ya en ese tiempo, en el afloramiento de patologías por asumir múltiples personalidades. Ahora, con el avance cualitativo de la tecnología digital, nos encontramos con filtros que modifican hasta el aspecto físico y los rasgos de las personas que los utilizan, consiguiendo confundir a esas mismas personas que se creen algo que no es la realidad. La desnaturalización acelera el proceso de no saber realmente quienes somos y cuál es el propósito de nuestras vidas. “Mantener el tipo” difundido en las RRSS hace que se quiera huir de la vida real por miedo a que “se descubra” que no somos lo que habíamos expuesto y “prometido” como producto humano. El creciente índice de suicidios en la juventud apunta a que la principal causa está motivada por la combinación de un vacío existencial ante la falta de expectativas reales en la vida y la imposibilidad de vivirla con los roles que se han creado virtualmente. En algunos casos se llega a confundir virtualidad con realidad dando lugar a horribles acciones de todo tipo.

 

A todo esto, hay una gran confusión donde parece que todo es espiritualidad, y se piensa que todo tipo de corrientes y prácticas pseudo esotéricas son espirituales, lo cual ha conformado una situación que agrava el aislamiento e impide ver más allá de las sensaciones que se ofrecen en el universo digital. También podemos añadir que la sobre estimulación de los sentidos a través de la infinita oferta, de forma inmediata y gratis, hacen perder sensibilidad y eso desemboca en una insatisfacción permanente.

Si vamos a las fuentes de la sabiduría perenne, encontramos que en el mito de Narciso se representa el anhelo del alma por unirse con su verdadero Ser divino. Narciso, al enamorarse de su propia imagen reflejada en el agua, simboliza la ilusión de la personalidad egoísta que tan solo se identifica con su cuerpo físico y una mente atada a este mundo. En contraste, el agua representa el reflejo del alma universal, que es una manifestación del Ser Supremo. Por lo tanto, cuando Narciso se enamora de su imagen reflejada en el agua, en realidad está anhelando la unión con su verdadero Ser divino.

 

«Un puente entre materia y Espíritu que da sentido a todo, porque nace de la conciencia de la unidad con el Todo.»

 

La materia tiene su importancia y es necesaria para el desarrollo del ser humano en compañía de todo lo que le rodea. Quizá eso es lo que estamos perdiendo en la era digital. Hemos perdido la forma de relacionarnos y descubrir juntos otros universos, como los que habíamos conquistado con las conversaciones profundas y los libros. Con el silencio y el recogimiento interior. Con la contemplación de nosotros mismos. Hemos perdido la imaginación que nos ayudaba a reconstruir al verdadero ser humano capaz de trascender las apariencias y abrir puertas insospechadas.

 

Narciso está más vivo que nunca, pero su vida es efímera una y otra vez, porque no es capaz de romper las cadenas que lo atrapan en la materia superficial en la que se ha establecido el ego. No se ha dado cuenta de que los impulsos que salen de su eje vital son estériles y no le ayudan a crear el verdadero vehículo configurado desde el alma. Un puente entre materia y Espíritu que da sentido a todo, porque nace de la conciencia de la unidad con el Todo.

 

En esto ha radicado, desde la noche de los tiempos, la verdadera espiritualidad. Esa que nos llevó a construir los cánones más elevados en la materia: El verdadero Arte que tiene la capacidad de elevar a mundos de otra dimensión. La verdadera Ciencia que permitió comprender las leyes de las dos naturalezas para reproducir una réplica del mundo divino en la materia, y la verdadera Religión, aquella capaz de apelar al corazón sin dogmas para que la humanidad pueda reencontrarse con su esencia divina.

Inevitablemente, somos dueños de nuestro destino y Narciso elige.

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