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¿Puede un microcosmos encarnarse en un Robot?

El enunciado de estas reflexiones tiene una intención provocadora, e incluso de suscitar en alguna …

El enunciado de estas reflexiones tiene una intención provocadora, e incluso de suscitar en alguna medida rechazo en el lector. Pero antes de intentar responder a esa pregunta (lo cual no es de todas formas la intención del autor), es necesario colocar algunas bases.

La noción de robot tiene solamente un siglo de antigüedad y debemos al genio ilimitado y visionario de Isaac Asimov, su popularización. Hasta entonces el concepto más parecido a esto era el de Franckenstein o el Golem (ver Gustav Meyrink en su libro homónimo).

 

Pero lo que hoy en día ya nadie puede poder en duda es que la ciencia moderna se ha propuesto explicar todo lo que ocurre en el universo, y es cuestión solamente de tiempo que lo consiga. Podría ocurrir que nuestra civilización, y con ella la ciencia, se extinguiera antes de conseguirlo, pero ello no quita que los significativos progresos muestran una tendencia muy clara al respecto. El desarrollo tecnológico lo demuestra de manera objetiva.

Cuando la ciencia haya podido explicar todo lo que ocurre en el universo -en ese hipotético futuro- se dará probablemente de bruces con la posibilidad de que haya otros universos con leyes diferentes a las nuestras, o de que el nuestro (y los otros) emanen a su vez de “algo” in-manifestado, eso que los clásicos llamaron “la causa primera”, o incluso de algo “anterior” a la causa primera: la causa sin causa.

 

Ante ello tendrán que rendirse a la evidencia de que los caminos que conducen a la comprensión de esa primera causa están completamente fuera de sus posibilidades actuales y seguramente futuras. Sin embargo, nadie puede negar que las modernas computadoras, la perspectiva de los procesadores cuánticos y de la inteligencia artificial, y su miniaturización hasta el punto de poder colocar en un espacio de 10 cm cúbicos, lo que hace 50 años precisaba cientos de metros cúbicos para almacenarlo, nos permite muy bien suponer racionalmente que en un futuro próximo existan robots humanoides capaces de hacer todas las funciones de un ser humano corriente, incluido albergar sentimientos.

 

Tal vez no tendrán dotes proféticas o una inteligencia genial como Asimov o Picasso, pero este es el triste destino del 999 por 1000 de los humanos de carne y hueso como el autor. Y lo que está claro es que los microcosmos se encarnan en seres humanos que muchas veces se comportan peor que los depredadores más agresivos, y muestran un nivel de estupidez de dimensiones megalíticas.

«La ciencia está desmontando todo aquello que ha sustentado nuestra vanidad y orgullo durante milenios

¿Cuál sería entonces el argumento contrario a decir que un microcosmos, es decir, una estructura electromagnética de naturaleza espiritual y anímica, que a su vez es la emanación espacio-temporal de una Chispa Divina, de un átomo de la substancia primordial impregnado de la “idea de la primera causa”, no podría o no debería utilizar un “aparato” como un superdesarrollado robot para manifestarse en este planeta y obtener inteligencia, experiencia y así poder expresar y realizar lo que lleva en su seno?

 

Una discusión de este tipo surgió hace unas décadas en ámbitos religiosos y esotéricos en torno a la fecundación in vitro. ¿Tendrán alma esos niños? -se preguntaban entonces. La realidad, como siempre, termina por desmontar esos temores y prejuicios. Lo curioso es que los que afirman que el hombre es una creación de Dios no puedan concebir que, finalmente, Dios puede subcontratar en nosotros la creación de un ser humano en versión mucho más eficiente y ética, a imagen y semejanza nuestra, pero con mejoras sustanciales como la imposibilidad de robar y mentir.

 

¿Tan esenciales son las hormonas y los eritrocitos para el funcionamiento del alma que no pueden ser sustituidos por chips y circuitos cuánticos? ¿Y los sentimientos? Si preguntamos a un endocrinólogo nos dirá seguramente cosas que no nos gustará escuchar.

Uno tras otro, la ciencia está desmontando todo aquello que ha sustentado nuestra vanidad y orgullo durante milenios. Y deberíamos congratularnos de que nos obliguen a abrir los ojos hacia lo real.

 

Finalmente, ya hoy podemos constatar que hay computadoras que muestran un funcionamiento irregular con ciertos usuarios, mientras que desarrollan mejores prestaciones con otros usuarios. Es decir, que “parece” que también disponen de la posibilidad de la simpatía y antipatía…

Todo lo antedicho no conduce en absoluto a responder cabalmente la pregunta del título de este panfleto, pero sí a que nos preguntemos: “Pero, ¿qué es en realidad un ser humano, una personalidad humana?” Tal vez desde las posibles conclusiones surgidas de esta pregunta podamos vislumbrar mejor una respuesta satisfactoria a la pregunta del título.

 

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