No podía resistirme a poder compartir algunas reflexiones sobre la soledad. Sí, sobre la soledad. Una paradoja en un mundo hiperconectado, donde nos rozamos en el metro y volamos en aviones repletos. Donde compartimos espacios en conciertos y hacemos colas para ir al cine. Una sociedad que se refleja en las redes sociales y se expone con atributos inexistentes. Una sociedad llena de teléfonos móviles y aplicaciones de mensajería instantánea y resulta, que es la sociedad más incomunicada que ninguna.
La soledad siempre es un espacio de experiencia subjetiva, es decir, algunos la viven con disfrute y otros la aborrecen. Los existencialistas ven la soledad como la esencia del ser humano. Venimos solos y nos vamos solos de este mundo. Pero, al mismo tiempo, necesitamos relacionarnos con nuestros semejantes. Así se construyeron las sociedades para, colaborando, conseguir juntos logros que nos hicieran mejorar las condiciones de vida en esta ola de manifestación.
Soledad y silencio deberían ir de la mano, pero nunca las personas han huido tanto de sí mismas y necesitan llenar cada momento con ruido de todo tipo. Temen, desconcertadas, parar y quedarse en silencio a solas consigo mismas. Temen percibir el mar de fondo que se intuye en el subconsciente. Por eso triunfa el entretenimiento y los contenidos de todo tipo. Nos dicen que son elementos para adormecernos, diseñados por unas élites dominadoras, pero la realidad es que es justo al revés, las élites se han dado cuenta de que el ser humano necesita estímulos exteriores constantes porque no es capaz de estar a solas y percibir lo que hay dentro y, por tanto, esas élites se aprovechan de ello.
Por supuesto que no estoy escribiendo sobre la pesada carga que supone la soledad para muchos ancianos que han quedado en el olvido, o para muchas personas que, debido a determinadas patologías, sienten el peso de una abrumadora soledad que agrava su estado sin esperanza. Estoy refiriéndome a la soledad que está presente cuando cesan, aunque sean unos minutos, los impulsos exteriores; cuando se acaba la peli o deja de sonar una música estridente. Cuando nos despedimos y dejamos de hablar con una verborrea inútil. Cuando, después de mucho tiempo pegados al móvil, se acaba la batería y nos desconectamos de las redes sociales, las noticias o las recetas de cocina. Es en ese momento cuando atisbamos la realidad, ficticia e irreal, de una vida que no vivimos conscientemente, más bien somos vividos por algo indeterminado que viene de fuera.
«Una maldad líquida que subyace en todos los campos de la comunicación humana.»
La televisión ya nos mostraba, desde mediados del siglo pasado, como debería ser un héroe o un villano. Como se debería vivir una vida perfecta. Como muestra brillantemente el Show de Truman. Una vida conducida y perfecta en un angustioso reality show con escenarios pluscuamperfectos. Cámaras lentas nos hacían sentir un abrazo de dos personas en el aire o las chicas se despertaban totalmente perfectas y maquilladas con cara de felicidad. En esos momentos ya empezó a gestarse un mundo ideal y banal dónde la máxima aspiración era imitar lo que sucedía en las pantallas. Pero, ahora, con Internet, se ha globalizado lo que Zygmunt Bauman denominó la sociedad líquida y, lo más inquietante, una maldad líquida que subyace en todos los campos de la comunicación humana.
La OMS ya ha calificado el problema tecnológico como un problema de salud pública global desde 2014, pero ha pasado desapercibido. Esto es debido a que las legislaciones e iniciativas gubernamentales, bien intencionadas siempre, van por detrás de la tecnología. Ahora las voces que han creado la IA dicen que es un peligro para la humanidad. Todo se desarrolla como un juego, y es una realidad que siempre hemos actuado como aprendices de brujos sin saber las consecuencias de lo que estábamos creando.
En resumen. El índice de suicidios se multiplica, principalmente en los adolescentes. Las tendencias del “todo vale” siguen imparables y las niñas menores pueden abortar sin el consentimiento de sus padres, es decir, solas. En las escuelas muchos niños y niñas deben abordar en soledad el bullying y, también, la duda de saber a qué sexo pertenecen. Internet les ofrece, sin filtros, pornografía y violencia sin límites, consumidas con palomitas, muchas veces en soledad, creando un abismo con el mundo exterior real.
«El verdadero contenido se puede expresar de forma inagotable desde dentro del ser humano»
En su estudio Loneliness, John T. Cacioppo demuestra que la hiperconexión en los jóvenes lleva proporcionalmente a un aislamiento extremo y a una soledad no deseada y la paradoja está en que, en el fondo, están más desconectados que nunca y no son capaces de moverse fuera del ámbito de los dispositivos que los llevan a generar un mundo de ficción que se antoja como verdadero.
Para acabar, me atrevo a decir que se están perdiendo oportunidades únicas para conectar con otra realidad, en primer lugar, la que nos permite aceptarnos a nosotros mismos con nuestros defectos y nuestros talentos, para poder comunicarnos con otras personas cargadas de defectos y de virtudes, pero que, juntos, podemos aspirar a construir puentes sólidos y duraderos.
Dicen que llega una tendencia de poner coto a los móviles y dispositivos. Ojalá esto pueda permitir el descubrir la otra soledad, aquella que es capaz de conectar al ser humano con su esencia interior. Esto permitiría, que muchas personas en el mundo descubran su propósito de vida, que realmente no tenía como objetivo consumir contenidos y comprar compulsivamente. Que no era necesario crear identidades falsas para poder conectar con otras personas. Recuperar el sentido de la existencia que siempre se pregunta qué hacemos y para qué estamos aquí. Porque, y si el verdadero contenido se puede expresar de forma inagotable desde dentro del ser humano.