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Escrito por: 10:07 am Artículos

Somos malos por naturaleza

Que la naturaleza es por principio hostil, es algo evidente. Desde los albores de los tiempos, nos …

Que la naturaleza es por principio hostil, es algo evidente. Desde los albores de los tiempos, nos hemos tenido que proteger de todos sus elementos que agitan con fuerza y de la depredación de todo tipo de seres, sobre todo, de nuestros semejantes, las sociedades se fueron constituyendo a golpe de normas severas y leyes para frenar, en alguna medida, lo que sabemos que suele ser inevitable: los principios instintivos del ser humano que, casi siempre, antepone su satisfacción y deseos a los de los demás. Claro que, con el tiempo, parece que somos una especie civilizada, que en general cumple las normas e intenta vivir en armonía, pero cuando se desata el ego en su plenitud, todo el maquillaje se desvanece y nos damos de bruces con una realidad que nos inquieta. A veces, incluso somos capaces de ver en nosotros mismos estos aspectos que luego intentamos justificar lo mejor posible para seguir creyendo que somos maravillosos.

Los tiempos han ido transcurriendo, cientos y miles de años que han conformado la lenta pero inexorable evolución. ¿Evolución hacia dónde? ¿Hacia qué? ¿Realmente estamos evolucionando hacia esa imagen que nos quieren vender de un mundo feliz donde los seres humanos puedan vivir en armonía? ¿Una humanidad que profese el amor y respeto por sus semejantes?

Pensábamos que las religiones y el temor a un Dios serían la solución. Pensábamos que las leyes más duras y las normas más estrictas nos harían mejorar. Que una sociedad basada en la moral y unos principios, declarados en una Constitución, serían aspectos excepcionales para conseguir la justicia y la bondad. Pero todas esas buenas intenciones solo han creado, mientras no entremos en las causas del problema, objetivos inalcanzables que nos frustran, aunque los hayamos revestido de mitos épicos donde en un tiempo del futuro todo llegará a la paz y la concordia celestial en este mundo. En algunos casos, con un Juicio final, donde se separarán los buenos de los malos y unos irán para siempre al infierno y otros al cielo.

«Los seres humanos somos dados a idealizar situaciones que nos apartan del plano real y nos proyectan a unos escenarios donde los bosques y las praderas están exentos de insectos y podemos dormir a la intemperie sin miedo a ser atacados.»

Algunas religiones hablan de que llegará un tiempo donde leones y corderos pacerán en los mismos prados sin violencia ni miedo.

Quizás parezca que hablamos desde un pesimismo agudo. Que no se valoren las cosas buenas de lo que somos capaces. Esos logros de la civilización con claros ejemplos de bondad y altruismo. Todo lo que emana de nuestros sentimientos más elevados.

Pero, nos guste o no, somos los responsables de la maldad del planeta. La naturaleza puede ser dura y hostil, pero no es malvada. Desde que el ser humano desarrolló el pensamiento, paralelamente ha crecido lo que, comúnmente, denominamos ego, una herramienta que ha pasado de ser necesaria para mantener nuestra vida, a convertirse en regente de nuestra personalidad. En general siempre está envidiando y expoliando. Siempre e incansablemente buscando la satisfacción de los deseos. Siempre queriendo tener más riqueza y ejerciendo más poder. Y el gran problema es que siempre se justifica en nombre de las más nobles virtudes. El ego sabe venderse muy bien, tanto hacia sí mismo como hacia los demás.

Vivimos en un autoengaño permanente, donde el ego ha imitado todo lo noble de la otra naturaleza humana, de tal forma que creemos firmemente que hacer una buena acción o rezar a un dios nos va a redimir de todo el mal que hemos ocasionado y que, como en una infinita cadena, ha sido provocado por todo el mal que nos han ocasionado. Es una espiral sin salida que se repite una y otra vez en el planeta, puesto que siempre se busca la salida desde el lugar equivocado.

Miramos la historia y nos construimos razonamientos sobre el trabajo no tan presente de los grandes de la humanidad que, de forma directa o velada, sí dieron con la solución. Generalmente, cogemos sus inspiradoras ideas para organizar mejor el mundo y alcanzar los objetivos nunca satisfechos del crecimiento en el plano material y efímero.

Ahora está de moda el mindfulness para tener más rendimiento. El yoga para tener más flexibilidad, la ética para dar sentido a los negocios, la filosofía para encontrar un propósito, o el new age para sentirnos a la última en el desarrollo personal. Todo ello, en la mayoría de las ocasiones, acaba reforzando más al ego. Ese que ha generado toda la maldad desde tiempos inmemoriales.

El planeta vive inmerso bajo la influencia de grandes bolsas de odio, pasión desenfrenada, soberbia, envidia. Grandes bolsas de vibraciones provocadas por las guerras y el sufrimiento humano causado por la miseria y el hambre. Todo se bate sobre nosotros desde la “nube” invisible que rodea al planeta. Es como un compendio de datos vivos y almacenados de pura maldad que se vierte al mismo tiempo que se carga de nuevo. Todo ello como polución de la que no nos podemos librar y que cada vez se desborda, más potente y más sutil, y nos penetra de forma líquida, como diría Bauman en una de sus obras, impregnando a todos.

«Debemos tomar consciencia que la maldad ha sido creada por toda la humanidad, de generación en generación, desde que se nos activó la capacidad de pensar.»

Nos han dicho que la maldad la provocan personas concretas, poderosas, dictadoras o tiránicas, sin escrúpulos. Que juegan y oprimen a una pobre humanidad. Pero, si lo pensamos bien, esas personas, son los medios de expresión de una parte de la maldad que siempre se mantuvo activa.

La inteligencia al servicio del ego.

La actividad política, religiosa, deportiva, nacionalista. La actividad de los medios de comunicación que toman partido defendiendo sus líneas editoriales o que, directamente, son controlados por grupos de interés económico, queriendo o sin querer, generan fervientes y apasionados públicos que se posicionan frente a otros, con claras exaltaciones de odio o acusaciones indiscriminadas y casi siempre falsas.

La creación de Internet, que tantas ventajas nos puede aportar, se ha convertido en el escenario de esa maldad líquida que expresó, de forma magistral, Bauman. Una maldad que se vierte, en muchas ocasiones, revestida de bondad. Porque ya se ha configurado como un gran algoritmo que se adapta a las opiniones más elocuentes o de moda. Donde todo se expone en su lado más persuasivo y, donde paralelamente, hay una actividad incesante de pornografía infantil, tráfico de armas o estupefacientes. Tráfico de órganos de personas o robo masivo de datos para fines inconfesables.

La densidad de la maldad, en todas sus vertientes, sigue inspirando e influyendo para crear más maldad. Y seguimos mirando para otro lado, pensando que así es la vida y alguien traerá la solución. Pero intuimos que, en el fondo, esto no tiene arreglo, aunque sigamos pensando que el futuro será mejor.

Ya hemos descubierto que somos malos por naturaleza. Nunca mejor dicho, porque ante las amenazas de un entorno hostil, la evolución nos equipó con un ego que ha ejercido de guardián de nuestra personalidad. Un mecanismo de esta naturaleza. Necesario para conducirse por ella, pero incapaz de conectar con la otra Naturaleza. Esa que hace del ser humano. Un verdadero Ser.

Lo bueno de nuestra evolución es haber desarrollado un principio del pensamiento que nos ha permitido discernir y nos aparta de ese concepto idealizado del Paraíso Terrenal, donde una vez, la humanidad vivía en un estado primario como los animales que nos acompañan en este mundo y que, aún, carecen de inteligencia.

Y aquí entramos en el núcleo del tema. ¿Cuál es el motivo de la existencia? ¿Tiene sentido todo lo que nos rodea? Sabiendo que tenemos fecha de caducidad, ¿por qué nos empeñamos en vivir como si no fuéramos a morir y, de paso, apestamos la tierra y a nuestros semejantes?

En este preciso momento cabe hacerse otra pregunta, ¿somos nuestra personalidad y el ego que la habita?, o ¿también tenemos un aspecto, al que se le puede llamar Ser?

Quizá deberíamos hacer un pequeño recorrido por lo más elevado del pensamiento humano.

Hubo un tiempo en el que, lo que llamamos filosofía, era una forma de vida. Una forma de adentrarse en las profundidades de uno mismo para descubrir lo que hay más allá de nuestros sentidos. Era una forma de vida nada especulativa y basada en la experiencia. Hubo tiempos que poblaron la tierra, seres de la humanidad que se adentraron en mundos donde la inspiración y el conocimiento abrían puertas que descubrían otra Naturaleza. Con otras leyes. Con otra vibración. Lugares donde el ego no podía llegar.

Jung escribió: “Incluso aquel que llega a comprender algo las imágenes del inconsciente, y que piensa que basta con limitarse a este saber, comete un peligroso error. Pues cualquiera que no experimente en sus conocimientos la responsabilidad ética que comportan, ¡pronto sucumbirá al Principio del Poder!”

En sus disertaciones, junto con otros pensadores, en el marco de las conferencias de Eranos, se trató de la crisis espiritual de Occidente como algo urgente a colocar en la conciencia social. Esa crisis referida, manifiesta que nos hemos apartado de un sentido y propósito profundo de la existencia. Una crisis forjada durante el siglo XX y elevada a su máxima expresión en el siglo XXI con el pleno desarrollo de la tecnología y las comunicaciones globales en una tierra que ya alberga a 8.000 millones de personas.

«Lo más importante que debemos destacar y rescatar del sentido espiritual, es precisamente la relación del ser humano con su otra Naturaleza.»

Totalmente ajena a la que vive el ego por inercia a través de los sentidos de una personalidad incompleta.

Esa es la buena noticia: El ser humano es doble; mortal según esta naturaleza e inmortal según su esencia divina. 

Esta afirmación del Poimandres del Corpus Herméticum, es tan antigua como la humanidad, pero muy pocos han comprendido, y menos, realizado el camino propuesto durante milenios.

La hipótesis es clara: menguar según esta naturaleza y dejar que se manifieste el principio espiritual latente. Y esto no puede hacerse con las capacidades del ego, sino con otras que nacen desde la consciencia del alma.

Esto no significa un camino de penurias ni la renuncia a esta naturaleza. Esto significa adentrarse en la verdadera aventura de la vida y una vez conocido este mundo, empezar a descubrir otro de una dimensión mayor, rebosante de fuerza y posibilidades, donde el Ser humano puede comprender el sentido de todo. Este es el verdadero objetivo de la Rosacruz Áurea: crear las condiciones para que las personas que comparten un anhelo puedan trabajar de forma individual en su auto iniciación y llevar las riendas de su vida en todos los sentidos. Poder conectar y permitir que se manifieste el verdadero Ser, a través de la personalidad de esta naturaleza.

La gran prueba está en comprender y discernir las trampas que nos tiende nuestro propio ego, y las influencias del mundo, cargadas de aparente bondad y de “atajos” creados por el autoengaño que se nos presentan como espirituales y liberadores, pero que no dejan de ser lobos con piel de cordero.

La prueba de que los atajos o sucedáneos espirituales no existen es que la humanidad va de mal en peor y ninguna fórmula espiritual populista ha producido ningún cambio. Se podría decir, de forma irrefutable, que mientras gobierne en nosotros y en el mundo el impulso del ego, nunca se va a conseguir ese cambio.

Solo la conciencia de ser más que un ego y virar el rumbo hacia otro propósito en nuestra corta vida, puede permitir resolver el misterio de la doble naturaleza humana, no de forma teórica, sino como una verdadera experiencia que nos ayuda a trascender, de forma radical, la vida.

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