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San Jorge y el Dragón: simbolismo de una leyenda

Cada 23 de abril las calles de Cataluña se llenan de color y de literatura, renovándose el recuerdo…

Cada 23 de abril las calles de Cataluña se llenan de color y de literatura, renovándose el recuerdo de la leyenda de San Jorge y el dragón.

Cabe preguntarse qué factores han contribuido a la popularidad y la permanencia de esta festividad, particularmente en la cultura catalana y aragonesa. Por supuesto, uno de ellos es la vinculación de San Jorge con Aragón, vinculación que se remonta al año 1096, cuando se dice que el santo apareció en la batalla de Alcoraz para ayudar al rey Pedro I de Aragón a conquistar la ciudad de Huesca. Desde entonces, San Jorge fue considerado como el patrón de Aragón y de sus territorios, entre los que se encontraba Cataluña. 

 

El simbolismo que encierra la leyenda

El relato fue popularizado por el escritor Jacobo della Voragine en su Leyenda Dorada (hacia 1250/1280).  En la misma se cuenta cómo San Jorge, que vivió en tiempo de los emperadores Diocleciano y Maximiano (siglo III de la era cristiana) llegó a Silca, ciudad de Libia, donde había un gran lago habitado por un dragón. El pueblo, para aplacar la ira del monstruo, le lanzaba dos ovejas diarias como alimento. 

Cuando se acabaron las ovejas se decidió sortear a los habitantes para ofrecerlos al dragón. Un día le tocó a la hija del rey, que fue llevada al lago. Entonces apareció San Jorge, que se enfrentó a la bestia y la hirió con su lanza. Luego ató al dragón con el cinturón de la princesa y lo arrastró hasta la ciudad, donde lo mató ante la multitud, liberando así a la población de su amenaza.

Algunos estudiosos han señalado que el relato tiene elementos que lo vinculan con antiguas leyendas de Oriente Medio, como la de Perseo y Andrómeda o la de Bel y el dragón. Otros han sugerido que se inspira en hechos históricos, como la persecución de los cristianos bajo el emperador Diocleciano.


El propio de la *Vorágine escribe:

Por aquel tiempo, siendo emperadores Diocleciano y Maximiano, el presidente Daciano desencadenó una horrorosa persecución contra la Iglesia, con tal saña que en cosa de un mes fueron martirizados diecisiete mil cristianos; y no se produjeron más víctimas porque muchos de los perseguidos, vencidos por las torturas, renegaron de Cristo y consintieron en ofrecer sacrificios a los ídolos.

Lo cierto es que el relato de San Jorge y el dragón no aparece en las fuentes más antiguas sobre la vida del santo, que se limitan a narrar su martirio en Palestina. El relato se difunde a partir del siglo XI, especialmente en Europa occidental, donde se convierte en un símbolo de la caballería y la cruzada. Con ello se adapta a los contextos locales, incorporando elementos propios de cada cultura o región. Así, por ejemplo, en Cataluña se sitúa la acción en Montblanc y se añade el detalle de la rosa que brota de la sangre del dragón. Por tanto, se puede decir que nos encontramos ante una obra literaria que combina elementos de distintas fuentes y culturas, y que el cristianismo lo asimiló y lo reinterpretó según sus propios fines y valores. No se trata de un relato de origen cristiano, sino más bien de un relato que el cristianismo hizo suyo.

La rosa que brota de la sangre del dragón.

 

Un aspecto relevante de la leyenda es el simbolismo que encierra: la lucha entre el bien y el mal, entre la fe y la barbarie, entre el amor y la violencia. Pero quedarnos en tales aspectos es considerar el relato en un nivel muy superficial.

Teniendo en cuenta que la cruz de San Jorge es una cruz roja sobre fondo blanco y que de la sangre de la bestia surge una rosa (la rosa no aparece en las primeras versiones del relato, sino que se añade posteriormente), algunos autores han sugerido que su inclusión podría provenir de ciertas corrientes heterodoxas, relacionadas con las creencias de los cátaros, templarios y los rosacruces, que habrían reinterpretado el mito para transmitir sus enseñanzas ocultas. Así, la rosa que brota de la sangre del dragón podría interpretarse como una alegoría de la iniciación, en la que el aspirante debía vencer sus pasiones inferiores (el dragón) y recibir la iluminación (la rosa, símbolo del amor divino).

 

Resulta evidente, que la leyenda de San Jorge se basa en antiguos mitos paganos que narraban el combate entre un héroe solar y una serpiente o un monstruo marino. Estos mitos expresaban la lucha entre el principio masculino y el principio femenino, entre el fuego y el agua, entre el cielo y la tierra. El héroe solar era el símbolo del espíritu divino que descendía a la materia para iluminarla y redimirla. La serpiente o el monstruo marino era el símbolo de la materia caótica y oscura que se oponía al espíritu.

En general, el dragón representa el poder, la sabiduría, la fuerza, la protección y la transformación. Sin embargo, también puede tener connotaciones negativas, como la destrucción, el caos, la codicia y el mal, por lo que simboliza también los aspectos negativos de nuestra propia naturaleza, que nos impiden alcanzar nuestro potencial y nuestra felicidad. El miedo nos paraliza, la crítica nos desanima, el egoísmo nos aísla.

 

Estas son algunas de las manifestaciones de la astralidad, de la parte más baja y densa de nuestro ser, ligada a los instintos y las pasiones. Para superar la astralidad, necesitamos desarrollar nuestra espiritualidad, que es la parte más alta y sutil de nuestro ser, ligada a la razón superior y al amor. La espiritualidad nos permite trascender nuestros límites y conectarnos con nuestra esencia divina. Así pues, la lucha contra el dragón puede verse como una metáfora de la lucha interior que cada uno de nosotros debe librar para vencer nuestros apegos. Es un proceso de transformación y crecimiento personal que requiere coraje, perseverancia y fe. Solo así podremos alcanzar nuestra verdadera libertad y plenitud. 

 

 

El dragón también está asociado con el elemento fuego y el principio yin (energía pasiva y negativa), lo que le confiere un carácter destructivo y corrupto. Es el guardián de los tesoros espirituales y materiales, pero también, en tradiciones occidentales, como la griega y la cristiana, una criatura malévola y temible, que simboliza el enemigo, el pecado y la tentación.

Tal dualidad contrapuesta se entiende cuando comprendemos que en Oriente la serpiente o dragón se asocia a la kundalini, energía que reside en la base de la columna vertebral y su despertar a una profunda transformación personal y a la trascendencia. 

El dragón en relación con la kundalini nos habla de una fuerza dormida en el inconsciente que puede ser activada para alcanzar un estado superior de conciencia y de conexión con lo sagrado, pero que, antes que nada, debe ser vencida, transmutada, por el héroe. 

El problema es que el fuego (el dragón) que vivifica la personalidad humana natural es un fuego impuro, que tiene sus raíces en el egocentrismo y que debe ser sustituido por el fuego del Espíritu (el dragón en su aspecto positivo y regenerador). Solo entonces la serpiente o dragón representa la sabiduría, la transformación y la regeneración.

 
Visto desde esta perspectiva, la Leyenda de San Jorge y el dragón simboliza al hombre iniciado en los misterios sagrados, que ha desarrollado su voluntad y su inteligencia para dominar sus pasiones y sus instintos, y se enfrenta a sus propios dragones interiores, es decir, a sus defectos y vicios, su desordenada astralidad, y la vence con la ayuda de la fe y la verdadera razón, pues en sentido general, el dragón de la leyenda representa al hombre natural que vive esclavizado por sus sentidos y sus deseos mundanos. Vencer al dragón, implica salvar a la princesa, símbolo del alma atada a la materia e, igualmente, del cuerpo mental superior del candidato. Así, San Jorge, o el príncipe de relatos similares, debe luchar para recuperar los aspectos superiores de su mente o Manas superior, si se entiende este concepto como la facultad intelectual y moral que conecta al ser humano con su Espíritu o Átman, con el fin de liberarla de la opresión de la serpiente y volver a un estado original de gloria y pureza. En síntesis, tal es la enseñanza que, a nuestro entender, esconde el mito.

 

 

 *Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, 1, ed. Alanza editorial, Madrid,  9ª reimpresión, 1999. Pág. 250.

**Todas las ilustraciones han sido diseñadas para este artículo por Jesús Zatón.

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