El idealismo y el materialismo pueden ser considerados como los dos extremos de la condición humana. Es muy probable que el materialismo, en su expresión más rotunda, haya demostrado a las mentes más inquietas e inconformistas, que conduce irremediablemente a la autodestrucción de todo aquello que consideramos verdaderamente humano y, que tal y como se están desarrollando los acontecimientos mundiales, a la extinción final de la vida humana.
Pero no estamos seguros de que esas mismas personas hayan percibido que el idealismo, como contrapunto del materialismo, conduce también al callejón sin salida del nihilismo.
Internet ofrece un inmenso espacio para satisfacer ampliamente las aspiraciones tanto de las personas idealistas como de las materialistas.
Para los que simplemente buscan cosas concretas, comprar o disfrutar, los criterios de selección son bastante objetivos: calidad, precio, plazo de entrega, etc. Y aunque las referencias sean muy a menudo engañosas, siempre pueden devolver el producto, por lo menos hasta ahora.
«Existe una demanda universal por ser felices, y nuestra civilización occidental ha colocado la felicidad como objetivo central de sus esfuerzos.»
Pero, ¿qué ocurre con los productos y ofertas pretendidamente espirituales ofrecidos en la red?
La red se ha convertido en una plataforma planetaria de información e intercambio de productos que responden a las demandas de los idealistas, sean del tipo que sean. Aunque debemos aclarar que los materialistas no dejan de ser también idealistas, pues la realidad muestra una inmensa paleta de matices y mezclas entre ambas inclinaciones.
Lo que queremos enfatizar es que la falta de criterios claros respecto a lo que se ofrece y demanda es un campo muy fértil para la ilusión y el engaño.
Existe una demanda universal por ser felices, y nuestra civilización occidental ha colocado la felicidad como objetivo central de sus esfuerzos.
Y, por tanto, con el señuelo de la felicidad proliferan las ofertas pseudo espirituales, elaboradas a partir de antiguas enseñanzas, y presentadas bajo una apariencia de herramientas espirituales modernas y eficaces.
«el objetivo de nuestra existencia no debería ser la búsqueda de la felicidad, sino la búsqueda del sentido de la vida y la conexión con nuestro verdadero Ser espiritual que está en el interior de cada uno de nosotros.»
En este artículo no pretendo hacer un análisis de todo ello, pues seguramente sería aburrido. Lo que sí me gustaría es aportar algunos elementos básicos de las verdaderas enseñanzas espirituales que puedan servir para construir criterios claros con los que conducirse en un mundo saturado de información.
Una reflexión importante es que la felicidad no es un objetivo, sino un resultado. Es el estado de ánimo que surge cuando una persona entra en la corriente espiritual que le acerca paso a paso a la meta que da sentido a su existencia. Ese caminar puede estar jalonado de momentos difíciles, de contratiempos y pruebas, situaciones que nos generan incluso un momentáneo sufrimiento, pero por dentro sabemos que todo ello nos permite superar nuestros límites, avanzar hacia la autorrealización, y nos pone en contacto directo con la fuente de la que emana la Bondad, la Verdad y la Belleza. Todo ello genera interiormente una dicha que no puede ser comparada con ninguna otra cosa.
Por tanto, el objetivo de nuestra existencia no debería ser la búsqueda de la felicidad, sino la búsqueda del sentido de la vida y la conexión con nuestro verdadero Ser espiritual que está en el interior de cada uno de nosotros.
Con esta aserción ya podemos descartar todas las propuestas que implícita o explícitamente nos ofrecen felicidad, dicha, alegría y realización, todo ello en un marco incomparable, de forma rápida y por un módico precio.
El segundo elemento que quiero poner sobre la mesa es que todo lo que percibimos como mundo objetivo, incluido nuestro propio cuerpo, no es más que la sombra proyectada por una realidad supra sensible sobre el mundo material.
Y es que, desde hace algo más de 100 años, la teoría de la relatividad explicó y demostró que la energía y la materia son estados de una “misma cosa”.
Esta demostración de la física vino a refrendar precisamente lo que desde hace milenios enseña la ciencia espiritual, a la que también se la denomina como Enseñanza Universal o Sabiduría Perenne. Esta “ciencia” siempre ha sostenido que Espíritu y Materia son la misma cosa, simplemente en diferentes estados. De la misma forma que el agua es agua en cualquiera de sus tres estados de sólido, líquido y gaseoso.
Espíritu y Materia son estados de una única sustancia primordial invisible e indetectable mediante artilugios materiales, y es probable que la moderna física aluda a ella cuando habla de la energía oscura que, según ellos, forma al menos el 70% del universo y sin la cual sus cálculos no resultan coherentes.
«esa Intuición, más o menos activa, es la que, en un momento dado, nos conduce a poner en tela de juicio lo que el mundo y la humanidad nos ofrecen como realidad objetiva.»
La existencia de esa substancia primordial es un axioma fundamental de la Sabiduría Perenne. El propio nombre de “sub-estancia” muestra claramente que es el soporte para que surjan todas las cosas.
Cuando esa substancia recibe la impronta del Pensamiento divino, ella lo engendra como Idea, Imagen y Forma.
Y a partir de ahí surgen las leyes universales, las estructuras y elementos que en su infinita combinación van a dar finalmente forma y vida a ese Pensamiento, que primero fue una Idea y, que luego se convirtió en una Imagen que finalmente dio lugar a las Formas.
Cuando surgen esas Formas originales – que no deben ser confundidas con las formas que nosotros percibimos, sino como su andamiaje oculto – la Luz las atraviesa, y ella se impregna de la información contenida en ellas. Esa información abarca también la imagen y la idea, y en su centro yace el mismísimo Pensamiento, que podemos llamar divino, en su estado latente y esencial. Y, cuando esa corriente de luz se derrama sobre nuestro espacio existencial, los cuerpos visibles que nosotros percibimos no son más que, por así decirlo, las sombras tridimensionales de todo lo anteriormente dicho, como bien expuso Platón en el Mito de la Caverna. Cada uno de los átomos, de las moléculas, de las estructuras orgánicas, de las células, órganos y cuerpos son portadores de esa información primordial, pero no son en ningún caso lo real, sino la proyección de lo real en la manifestación del mundo.
Como ejemplo de ello, cuando nos miramos en un espejo, el cuerpo pierde la tercera dimensión y queda, por así decirlo, “reducido” a una imagen bidimensional. A algo que reconocemos, pero que no es real.
Profundizando un poco más, podemos decir que la información que “transporta” la Luz divina tiene siete dimensiones, y al “informar”, al dar forma a los cuerpos que vemos, solo expresa tres de ellas, dejando que cuatro no se manifiesten ante nuestros órganos de percepción. Pero ello no quiere decir que esas cuatro dimensiones “ocultas” no estén presentes. Simplemente, no tenemos ni idea sobre ellas. En muy pocas ocasiones atisbamos algo, tenemos una Intuición sobre algo que se nos escapa, de que hay algo más. Y esa Intuición, más o menos activa, es la que, en un momento dado, nos conduce a poner en tela de juicio lo que el mundo y la humanidad nos ofrecen como realidad objetiva.
«Cuando esa substancia recibe la impronta del Pensamiento divino, ella lo engendra como Idea, Imagen y Forma.»
La Sabiduría Perenne siempre nos ha dicho que esa realidad aparentemente objetiva es Maya, es ilusión.
Lo que ocurre es que se trata de una ilusión muy imponente y tangible, y en ningún caso podemos negarla. Por muy ilusorio que sea un cuchillo, si lo usamos mal nos cortamos, aunque en el mundo cuántico, podamos estar con corte y sin corte a la vez.
Una parte de la más puntera ciencia empieza a reconsiderar los enunciados de la Enseñanza Universal, y comienza a descubrir que lo verdaderamente real se sale de las leyes del mundo medible. Pues lo verdaderamente real es, según esa Enseñanza Universal, la septuplicidad manifestada de eso que denominamos Pensamiento divino. Por tanto, no debemos apegarnos a su reflejo mutilado, pues este representa una fase de un largo proceso que conduce a la plena Realización del objetivo humano, que es, lo sepamos o no, la Unificación con el Pensamiento Divino; con su razón, su idea de base, su imagen y su forma.
Uno de los problemas al respecto, es que las imágenes ilusorias (en el sentido aludido) que somos, están dotadas de razón, de pensamiento, de imaginación, de memoria, y de todos los componentes necesarios para desarrollar la Inteligencia que nos permita percibir y recorrer ese Camino que conduce a la plenitud por medio de la realización y, por ende, del despliegue de las cuatro dimensiones latentes. Con el añadido de que tenemos la plena libertad para usar esas capacidades y esa inteligencia según nuestro criterio y libre albedrío.
«Wikipedia nunca podrá responder a la simplicidad de la triple pregunta clásica de los Misterios: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?»
En ese mundo ilusorio en el que nos encontramos, lo que normalmente hacemos es utilizar todas esas capacidades para crear cosas, y las cosas que creamos obtienen de nosotros forma, una razón de ser (su uso), habilidades (su inteligencia) y por supuesto también memoria, hasta el punto de haber llegado a crear aparatos dotados de “inteligencia artificial”, eufemismo que en realidad quiere decir “aparatos que imitan la inteligencia de sus creadores a base de patrones”. Y mientras somos nosotros los que dominamos a nuestras creaciones, somos dichosos, pero resulta que sin darnos cuenta nuestras creaciones terminan por dominarnos a nosotros. La realidad generada por nuestras creaciones nos hace sentir que somos como dioses, pero al mismo tiempo nos da miedo que lo creado se apodere de nuestra libertad y nos domine. Y ese miedo no es ilusorio.
Esa realidad aparente, generada por nosotros, es, por tanto, el reflejo del reflejo, la sombra de la sombra que somos nosotros. Y de esta manera resulta que creamos mundos y realidades ficticias en las que nos refugiamos, con las que intentamos a toda costa escapar de nuestras carencias, de nuestras limitaciones, de nuestra soledad, de nuestro aburrimiento.
Tenemos un inmenso, casi infinito arsenal de memoria a disposición.
Y, sin embargo, si somos sinceros, no sabemos qué hacer con él, no buscamos su utilidad para nuestra existencia, no somos capaces de encontrar en ello la clave que nos permita acceder al conocimiento del sentido de nuestra vida, de su significación y propósito.
Wikipedia nunca podrá responder a la simplicidad de la triple pregunta clásica de los Misterios: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?
Esa pregunta, formulada en toda su sencillez, confronta a la “imagen reflejada que somos” con nuestra ignorancia respecto al Ser real, del que nosotros somos la sombra efímera.
La propuesta de las verdaderas Escuelas Espirituales a lo largo de los siglos y milenios consiste simplemente en buscar al Ser verdadero que se refleja en nosotros; reconocerlo, conocerlo y unir la semejanza a la imagen, la copia al original. Pues esa unificación significa la verdadera felicidad definitiva.
Significa saber, conocer y comprender la razón de nuestra existencia y su objetivo. Pero, lo importante, sobre todo, es tener acceso a una Sabiduría tan completa y perfecta que nos permite construir un vehículo, un cuerpo en el que se fundan nuestra consciencia temporal con la consciencia inmortal del Ser, dando origen a un ser humano verdadero, no sometido al destino de todas las formas materiales densas y efímeras.
Para comenzar en ello es necesario invertir 180º la orientación de nuestra búsqueda. La respuesta definitiva a nuestras preguntas ha de ser buscada en nuestro interior y no en la red. Es necesario apartarse de los espejismos e ilusiones suministradas no solo por las redes sociales, sino por la sociedad en general. La energía de mejor calidad tenemos que emplearla en liberarnos tanto del magnetismo de lo material, como de las vanas expectativas de los productos aparentemente espirituales que se ofrecen por doquier.
Todo esto no implica una vida monacal, que no participa en la sociedad ni utiliza los medios como internet para facilitarse lo necesario para objetivos prácticos y concretos. Implica simplemente que nosotros debemos ser los usuarios de esos medios y no los usados por ellos.