Dice un Kōan del budismo zen: “Si te encuentras a un Buda en tu camino, decapítalo y sigue”. Y el Evangelio de Mateo establece: “No llaméis, padre vuestro, a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos”.
¿Cómo a partir de semejantes declaraciones se establecieron los complejos sistemas religiosos budistas y cristianos, con sus dogmas, jerarquías e intensas prácticas rituales y devocionales?
Según cuenta la tradición, tanto Buda como Jesús rompieron con los cultos religiosos de su tiempo. No para reemplazarlos por nuevos mitos, ritos y dioses, sino para volver a lo esencial de sus propias antiguas tradiciones espirituales, a través de dos aspectos fundamentales:
- Reconocer la relatividad de la ilusoria y sufriente vida en la tierra y la posibilidad de alcanzar un estado, una dimensión que se sobrepone a ella: Nirvana y Reino de los cielos, respectivamente.
- El método para alcanzar dicho estado.
«Exigían una práctica espiritual en la cual la enseñanza pudiera reflejarse en la vida diaria de la mañana a la noche.»
Los fundamentos de la enseñanza de Buda y Jesús no eran precisamente complejos. Eran, por el contrario, bastante inteligibles para cualquier persona, aunque también por ello, muy directos y prácticos. Exigían una práctica espiritual en la cual la enseñanza pudiera reflejarse en la vida diaria de la mañana a la noche.
No eran definitivas las festividades y el cumplimiento de rituales y sacrificios, sino una nueva disposición anímica, que abría al practicante a una nueva forma de percibir la realidad, rompiendo con la ilusión interna y externa, lo que generaba actitudes y actos concordantes, impregnados de compasión altruista hacia todos los seres, lo que a su vez causaba una transformación profunda para el concernido.
Ellos abrieron para las mujeres y hombres de su tiempo un método más eficaz, más propicio para acercarse a “Aquello que está más allá de lo transitorio e ilusorio”, en comparación con los métodos antiguos, ya en decadencia, que requerían la asimilación de una serie de complicadas enseñanzas y ritos mágicos y religiosos que por sí mismos no implicaban una transformación interior, la cual era el objetivo último de la enseñanza espiritual tanto en Oriente y Occidente, en los arquetipos del Vestido de Luz: el Cuerpo diamantino o Cuerpo Arcoíris del budismo o la Transfiguración y el Cuerpo de la resurrección en el cristianismo.
Es por ello que la espiritualidad, tras Buda y Jesús, supuso una evolución, una transformación que pasó de un método más intrincado a uno más directo. Pero ¡ojo!, ello no debería interpretarse como una simplificación perezosa, sino como un cambio de énfasis en el aspecto en el cual debía centrarse la práctica espiritual.
Si antes el énfasis estaba en el aprendizaje de una extensa tradición oral, el cumplimiento de rituales complejos y sangrientos sacrificios en el Ganges o en Jerusalén, el pago de tributos a los sacerdotes y el mantener una profunda posición de pasividad respecto a estos, el nuevo énfasis se basaba en la transformación de la propia vida, convirtiéndose en un ser que había roto con la ilusión y, por tanto, compasivo, lúcido y capaz de amar a todos los seres, gracias a la depuración de todas las malezas interiores provocadas por la identificación mental, que redundaba en el miedo, la preocupación, el deseo incontrolado, la aversión, el orgullo, la soberbia y la codicia.
«El nuevo énfasis se basaba en la transformación de la propia vida, convirtiéndose en un ser que había roto con la ilusión.»
Así que se propuso que los esfuerzos exteriores, fueran sustituidos por esfuerzos interiores.
Sin embargo, parece ser que los esfuerzos exteriores resultaron ser más fáciles que los esfuerzos interiores y se terminó volviendo nuevamente a ellos.
Lector, ¿ha llevado o lleva usted algún tipo de práctica espiritual? Le cuento que el que escribe sí. Y por experiencia propia, sé que orar o meditar dos o tres veces al día durante una semana sin interrupción, me sale bastante bien. Pero no identificarme con mis deseos durante un par de días, así como con los pensamientos y sentimientos de apego o rechazo hacia seres, cosas y circunstancias, resulta abismalmente más difícil.
Así que, como alguna vez dijo Homero Simpson: “Si hay algo difícil de hacer, lo mejor es no hacerlo”.
¿Si abandonar mi identidad ilusoria, como alto precio a pagar por una verdadera transformación espiritual, me resulta tan incómodo, para qué me voy a poner en esa tarea?, y ¿si mi religión o mi comunidad esotérica o espiritual tiene otros aspectos exteriores que me invita a cumplir como leer un libro sagrado, recitar un mantra o hacer una peregrinación (los cuales, siendo sinceros, resultan más agradables de llevar a cabo) por qué no poner mejor mi atención en ello?
Buda y Jesús, invitaron a los discípulos de su tiempo a una evolución – o revolución – del cómo vivificar el aspecto espiritual de su vida, ahorrándose varios detalles periféricos y atrayendo la atención al verdadero centro del problema vital del ser humano, ligándolos al método para resolver la contradicción generada por la falta de armonía entre el Espíritu, la Consciencia y la Materia; sin embargo, una vez más los seres humanos prefirieron lo fácil a lo difícil, creando nuevos sistemas religiosos de una aún peor complejidad de los que habían existido previamente.
«Lo que precede, en términos generales, ha hecho popular el axioma del conocimiento de sí mismo como la puerta de cualquier camino espiritual, sin depender de un dogma o sistema religioso en particular.»
En Occidente la crisis de la religión que se ha ido sucediendo paulatinamente desde los siglos XIV y XV y que se ha acentuado desde el siglo XIX y de la que nuestra sociedad actual es el más puro reflejo, nos invita a una nueva vivencia espiritual, en la cual los elementos decorativos, supersticiosos, puramente culturales, devocionales y jerárquicos, sean superados nuevamente por los elementos fundamentales, basados en un conocimiento derivado de la conexión directa con “Aquello que está más allá de lo transitorio e ilusorio”, sacando las transformadoras consecuencias resultantes de ello.
Lo que precede, en términos generales, ha hecho popular el axioma del conocimiento de sí mismo como la puerta de cualquier camino espiritual, sin depender de un dogma o sistema religioso en particular. No obstante, lo lamentable es que a la par de lo anterior, y en medio de este panorama que parece marcar un nuevo hito evolutivo en la espiritualidad humana, se han ido implantando nuevos sucedáneos religiosos.
No son pocos los pastores, gurús, iglesias, escuelas, maestros, maestros ascendidos y extraterrestres confederados de todo el universo, nuevos Rishis estelares que transmiten una enseñanza a cambio de devoción, abierta o disimuladamente solicitada, mediante la cual prometen salvarnos, llevarnos a planetas de luz y paz, (y en el camino vendernos productos milagrosos, seminarios y cursos de despertar espiritual a modo de planes vacacionales).
Una vez más la lectura de libros, la búsqueda de canalizaciones mediúmnicas, las irreflexivas prácticas meditativas, mántricas y de oración, y muchas otras que el lector seguramente reconoce muy bien, aparecen como el espejismo de un oasis en el desierto de la verdadera práctica espiritual interior, que tanto esfuerzo nos cuesta mantener de forma consciente y constante y que a veces, por ello, se vuelve tan árida y desoladora.
¿El panteón de dioses, santos y sacerdotes, lo estamos cambiando por un nuevo panteón de alienígenas, antiguos astronautas, gurús y canalizadores?
¿Estamos cediendo nuestra evolución espiritual hacia una vida verdaderamente humana, lúcida y compasiva, que obtenga el conocimiento espiritual directo de “Aquello que está más allá de lo transitorio e ilusorio”, por una involución espiritual, en la cual el conocimiento, la salvación y la curación vendrán de terceros que afirman poseer el secreto de nuestra propia transformación, pidiendo a cambio nuestras lisonjas?
Es posible, querido lector, que cuando tenga ante usted la opción de elegir entre realizar esfuerzos exteriores o interiores en su propio camino espiritual, se ayude a decidir recordando el Kōan zen con el que iniciamos: Si te encuentras a un Buda en tu camino, decapítalo y sigue. Y quizás se revele más claramente el camino a seguir si trae a su pensamiento el Evangelio de Lucas cuando dice: El Reino de Dios está dentro de vosotros.