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Escrito por: 9:02 am Artículos

¿Humanos o humanoides?

Quizás la IA triunfe porque no nos gustan nada nuestros semejantes, algunos de ellos convertidos en…

El 30 de noviembre del año 22 se lanzó ChatGPT en su primera versión. La IA se implementaba a nivel global y popular. En esos momentos se creaba un nuevo hito tecnológico que impulsaba nuevos desarrollos en todos los ámbitos.

 

No podemos dejar de decir que la IA ya se estaba trabajando a nivel profesional desde hacía muchos años, en muchos campos y con diversas aplicaciones y buenos resultados. Pero no hay nada como lanzar y popularizar algo y ponerlo de “moda” para que se dimensione de forma exponencial.

 

Así es el ser humano; gusta de las novedades y se vanagloria de lo raro y lo sorprendente. Entonces se distinguen claramente los que saben o creadores de los que consumen y copian y luego “venden” y hacen creer que saben, pero son meros charlatanes que chafardean por Internet y se confunden en el inmenso mar de lo mediocre.

 

« Pero no hay nada como lanzar y popularizar algo y ponerlo de «moda» para que se dimensione de forma exponencial.»

 

Muchos se apuntan a ganar dinero con esas modas; los hay que dan conferencias y cursos sobre la IA, cómo hacer los mejores prompts o cómo mejorar las empresas y negocios con esta tecnología, otros discurren por las redes dando consejos e intentando sacarse unos cuartos, pero la mayoría no son capaces de penetrar en las entrañas de ello y descubrir cómo son las causas que motivaron todo.

 

Uno de los dilemas más concurrentes en este sentido se plantea en los bloques antagónicos que muestran a la IA como lo mejor para la humanidad o, todo lo contrario, lo peor, creando una firme sentencia: la IA acabará con nuestra especie en pos de humanoides que nos superarán en todo y que relegarán al ser humano a un despojo rodeado de refrescos cargados de azúcar y pizzas frías. Por tanto, se supone que nadie nos podrá salvar de los algoritmos aparentemente humanizados.

 

«Después de una experiencia global con la pandemia y con una alta probabilidad de una tercera guerra mundial, el estado del mundo apunta a una desconfianza general de la humanidad»

En 1982 se estrenó una obra maestra del cine: Blade Runner, película dirigida por Ridley Scott y basada en una novela de 1968 de Philip K. Dick (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?). En el film, los replicantes, a pesar de tener un nivel de perfección en todos los aspectos, quieren vivir más y parecerse a los seres humanos, construyéndose un pasado ficticio para generar recuerdos y, por tanto, emociones

 

Algo que llegan a conseguir cuando el líder de ellos le perdona la vida al policía especial (Blade Runner) Rick Deckard, después de haber matado a su creador, el Dr. Tyrell al descubrir que ese “dios” menor no era capaz de anular su final de desconexión. 

El escenario se sitúa en Los Ángeles en el año 2019 de forma distópica y nos hace reflexionar. Un juego de ciencia avanzada y sociedad decadente nos hacen ver similitudes acrecentadas desde entonces.

Ahora, en el año 2025, después de una experiencia global con la pandemia y con una alta probabilidad de una tercera guerra mundial, el estado del mundo apunta a una desconfianza general en la humanidad.

Quizá la IA triunfe porque no nos gustan nada nuestros semejantes, algunos convertidos en egos andantes que, en general, nacen y no salen del círculo cerrado, establecido, donde se gobierna sin piedad a un rebaño que pace con sus necesidades básicas cubiertas y que no aspira a nada más.

Esta conclusión no es distópica, es real y constatable a través de unos clics o paseando por un centro comercial o en un parque donde se acude a un botellón.

Ya tenemos una parte del mundo regida por humanoides; desde los poderes públicos a instituciones educativas y religiones. Estamos invadidos y parece que la esperanza se ponga en la IA, o en androides que mejoren las condiciones humanas a través de la IA y puedan ser más justos y ecuánimes, más equilibrados y eficientes, sin necesidad de cubrir los impulsos desmesurados de un ego. 


Ellos carecen de sentimientos y emociones y, por tanto, del gran destructor que subyuga a los humanos: El principio aural que se conduce a través del ego.

La IA no necesita corromperse ni robar, no es pederasta y no viola, no mata indiscriminadamente. Es un conjunto de patrones que van aprendiendo y se alimenta constantemente de todo lo creado por el ser humano.


La pregunta es: ¿Tenemos otra salida? ¿Somos humanos o humanoides?


Podemos responder sin miedo que el ser humano necesitó elevarse siempre por encima de su elemento animal, y por eso se crearon sociedades con unos principios que no partían de la simple regulación para la convivencia, sino que pretendían despertar el aspecto más elevado para volver a conectar con la esencia divina

«Pero el poder de la materialización ha arrastrado a una parte de la humanidad a vivir solo de los principios básicos e instintivos de su parte animal. »

Los seres humanos que se dejaron la vida en ello no eran humanoides, eran conscientes de su chispa divina y querían, a toda costa, construir los puentes que nos dejaran pasar al otro “lado”. A una vida regida por un principio que no dependiera de esta naturaleza. 

Pero el poder de la materialización ha arrastrado a una parte de la humanidad a vivir solo de los principios básicos e instintivos de su parte animal.

Muchos seres humanos que conectaron con lo superior fueron perseguidos, como en el mito de la caverna, por los humanoides regidos exclusivamente por los principios que atan a la tierra y que quieren ostentar el poder. 

 

En este punto nos damos cuenta de que todo ese trabajo espiritual que nos precede nos hace intuir que hay algo que nos trasciende, algo de una naturaleza que va más allá de nuestra personalidad y que puede llevar a que, hasta un humanoide, puede ser redimido en el momento en que conecta con su esencia divina. 

Esta hipótesis espiritual nos permite ver que la gracia está al alcance de los que, un día, cansados de ser gobernados por el ego, deciden escuchar el impulso del alma, y salir de la caverna, del sistema, poniéndose al servicio de ese impulso y trabajar para ayudar a otros a conseguirlo. 

 

Entonces se valora la vida más que nunca. No se desprecia el cuerpo y todos los elementos que han sido concedidos para vivir. Se entiende el significado de propósito de vida y entonces brillan los ojos con una magnitud distinta. Esa que permite perdonar la vida en nombre del amor, porque ha comprendido lo que hay más allá de Orión.

 

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