Las imágenes desde siempre han sido un elemento fascinante para el ser humano. Desde la antigüedad más remota, la humanidad ya hacía uso de estas como representaciones del mundo. Y a día de hoy es innegable que todavía siguen siendo uno de los pilares indiscutibles de nuestra civilización. Aun así, las imágenes nunca han dejado de despertar a su vez cierto recelo y desconfianza, y se las ha acusado de ser engañosas, parciales y fácilmente manipulables.
La imagen es un concepto que alude a dos aspectos similares, pero a su vez de naturalezas muy dispares. Por un lado, está la imagen creada, fruto de la aplicación de un proceso tecnológico más o menos sofisticado. De este tipo podemos considerar desde las pinturas rupestres hasta la fotografía de un gatito en las redes sociales. Por otro lado, también llamamos imágenes a aquellos estímulos más o menos concretos de naturaleza lumínica que habitan en nuestra cabeza, ya sean captados por los ojos o recreados a partir de recuerdos en nuestra imaginación.
En ambos casos, cuando hablamos de imágenes, hablamos de representaciones o recreaciones de un elemento original a través de un proceso o bien orgánico o bien tecnológico. El funcionamiento de la captación y generación de imágenes de nuestro cerebro es más o menos conocido por todos, aunque sea de una forma rudimentaria. Este no ha cambiado apenas en los últimos millones de años, y se ha escrito mucho al respecto desde prácticamente todos los ámbitos del conocimiento.
La producción de imágenes mediante procesos tecnológicos sí que ha evolucionado de una forma bastante rápida en los últimos siglos. Hasta donde nos alcanza la memoria, nuestra civilización siempre se ha servido de imágenes para respaldar su orden y su organización. Durante gran parte de la historia de la humanidad, los medios de creación de imágenes han sido costosos y reservados a unos pocos, aquellos capaces de sufragar los altos precios de su producción. La historiografía nos permite ver cómo las imágenes del mundo van transformándose a medida que el punto de vista o voluntad del productor de imágenes han ido evolucionando a lo largo del tiempo. Desde la representación de animales y escenas de caza, a gestas bélicas, pasando por retratos de los rostros y vestiduras de personajes ilustres o anodinos, hasta la creación de imágenes fruto de la pura imaginación del artista. Pero como decíamos, este paradigma ha cambiado radicalmente en los últimos 200 años, y esto ha sido gracias a la invención de la cámara fotográfica.
La fotografía en apenas 100 años, desde la presentación del primer daguerrotipo en 1839, revolucionó el mundo de la representación. Pulsando solo un botón, cualquier usuario que contara con un dispositivo podía generar una imagen, un reflejo de su realidad. Lo que antes estaba en manos de unos pocos individuos pertenecientes a una élite reducida, progresivamente pasó a convertirse en un arte al alcance de cualquiera.
Hoy en día, dos siglos después de la primera fotografía, prácticamente cualquier ser humano del planeta tiene el poder de producir imágenes gracias a los “móviles inteligentes”, siendo consumidor y productor de imágenes. Cada segundo la humanidad produce millones de imágenes, millones de puntos de vista distintos de un mismo mundo, que comparte a su vez con todos. El antiguo espejo, que mostraba la realidad como un punto de vista presuntamente objetivo, actualmente está fragmentado en una miríada de subjetividades aparentemente inconexas.
«La fotografía está estrechamente vinculada con el pasado y la muerte, con aquello que ya nunca volverá a ser.»
Este proceso, resumido a grandes trazos, guarda una estrecha relación con el desarrollo de nuestra consciencia, de nuestra individualidad como seres pensantes autónomos y con el resquebrajamiento de los antiguos grandes relatos que mantenían cohesionadas nuestras comunidades y les aportaban sentido. Esta coincidencia aparente no lo es tanto, ya que precisamente el desarrollo de nuestra consciencia está íntimamente ligado a nuestra capacidad de aprehender y comprender el mundo. En este aspecto, la evolución técnica es la expansión y sofisticación de nuestros sentidos sobre la tierra. Llegados a este punto podemos afirmar que las imágenes son, en cierto grado, problemáticas.
Parece que dependemos de ellas para entender y vivir en el mundo. Pero si son muy limitadas, caemos en la ilusión y en una subjetividad dogmática. Por otro lado, si son muy diversas y fragmentarias como sucede hoy en día, corremos el riesgo de acabar ahogados en el océano de reflejos distorsionados que anega el mundo. Por último, habría que descartar también el sueño definitivo de la ciencia de crear un mapa 1:1 de la realidad, una representación objetiva del mundo “tal cual es”, como intenta hacer Google Maps.
Entre otras cosas, tal y como expresa la filósofa Susan Sontag refiriéndose a la fotografía, porque “[la fotografía] está estrechamente vinculada con el pasado y la muerte (···) con aquello que ya nunca volverá a ser”. Intentemos profundizar un poco más sobre la manera en que nuestra consciencia percibe y genera las imágenes de las que se alimenta, y tal vez seamos capaces de arrojar un poco de luz sobre la situación que nos ocupa. Para hacerlo sirvámonos de una imagen a modo de analogía: una cámara fotográfica.
Una cámara fotográfica consta de 4 elementos básicos: el cuerpo de la cámara, el sensor o papel sensibilizado, el diafragma y el obturador. Estos elementos son prácticamente los mismos para las cámaras analógicas y las digitales. Cada una de las partes de la cámara cumple una función específica, y en conjunto recuerdan a cómo funciona el ojo humano.
«Las imágenes están formadas por la combinación de dos elementos, las luces y las sombras.»
Vayamos por partes: El cuerpo de la cámara se podría comparar con el globo ocular. Se trata de un espacio cerrado herméticamente cuyo interior está completamente a oscuras, de no ser por un pequeño agujero o estenopo. A través de esta pequeña hendidura entra la luz del exterior y esta proyecta una imagen invertida en el interior de la caja. El cuerpo de la cámara se basa en el antiguo invento de la cámara oscura, del que se tiene conocimiento desde los tiempos de Aristóteles, pero tal vez provenga de tiempos aún más remotos.
El segundo elemento de la lista es la película fotográfica, comparable a la retina. Situado en el interior de la cámara, su cometido es recoger la imagen proyectada a través del estenopo y fijarla en su superficie. La cualidad fotosensible de la película proviene de la solución de haluros de plata con la que es tratada, metal conocido por alquimistas de todos los tiempos por su gran reactividad a la luz, su relación con la Luna, la consciencia, la imaginación y el sueño.
En tercer lugar, encontramos el diafragma, el cual, dentro de la alegoría con el ojo, vendría a ser el iris. Se trata de un esfínter mecánico que se abre o se cierra, según se quiera, que entre más o menos luz en el interior de la cámara, con tal de exponer en mayor o menor medida la película, según las condiciones ambientales o la voluntad del fotógrafo o fotógrafa.
Y por último, justo delante de la película tenemos el obturador, que es accionado por el disparador de la cámara. Se trata de un pequeño velo que permite durante un instante que la luz impacte sobre la película fotosensible. Su función sería comparable a la cadencia en la que se transfieren los impulsos fotosensibles de la retina al cerebro, salvando las distancias.
En el simple gesto de hacer un clic, nuestra cámara acciona su mecanismo interno generando una imagen de lo que tiene delante. En la fotografía en blanco y negro las imágenes están formadas por la combinación de dos elementos, las luces y las sombras. Pueden ser imágenes más luminosas o más oscuras, figurativas o abstractas, emotivas o graciosas, más o menos agradables, y que representen un sinfín de temáticas. Pero en todo caso, para que se la pueda considerar imagen, debe haber un mínimo de contraste entre el elemento luz y el elemento sombra.
En este punto es donde aparece la sensibilidad y gustos personales del fotógrafo, que según sus intereses, condicionantes, contexto, historia personal, en definitiva, su personalidad, mostrará un tipo u otro de imágenes al mundo. Y para ello deberá modificar bajo su criterio las opciones del objetivo de su cámara, abriendo más o menos el diafragma para dejar pasar la luz, cerrando el plano para mostrar solo un fragmento de lo que ocurre delante suyo, esto es, a través de una serie de operaciones estudiadas o intuitivas que culminan en la formación de composiciones de luces y sombras, en concordancia a su mundo interior.
Y de la forma en la que el fotógrafo opera la cámara de fotos, ciertamente estará realizando el mismo proceso dentro de sí.
«Empezamos a sentir que las imágenes no nos dan aquello que buscamos en ellas.»
La proliferación infinita de imágenes actual nos permite experimentar que las combinaciones de luces y sombras que las componen son numerosas, casi infinitas. A pesar de ello, están sometidas a patrones hasta cierto punto previsibles donde se puede ver a modo de reflejo la personalidad particular de cada creador.
En nuestro mundo contemporáneo, donde somos bombardeados constantemente con imágenes de todo tipo, hemos empezado a experimentar una especie de insensibilización delante de éstas, fruto de un cierto hastío, empacho e insatisfacción. Empezamos a sentir que las imágenes no nos dan aquello que buscamos en ellas. El embrujo mesmerizante que tenían en el pasado ha empezado a ser sustituido por un sentimiento de apatía cada vez más generalizado.
En este contexto de desengaño, y oscurecimiento del ánimo, fruto de la constante exposición a un teatrillo de sombras interminable, es posible que el fotógrafo se niegue a seguir reproduciendo de forma mecánica imágenes y de comienzo a una nueva búsqueda, la búsqueda del denominador común y fuente de todas las imágenes: la luz.
Si este es el caso, el fotógrafo no perseguirá ya imágenes concretas, pues en el fondo sabrá que son solo configuraciones arbitrarias de luces y sombras, y empezará a favorecer la aparición armoniosa de la luz a través de sus creaciones. Ya no verá en la miríada de imágenes que proliferan por el mundo un caos fragmentario, sino que sabrá ver con nuevos ojos la fuente subyacente de luz y sus infinitos matices, surgidos de su obstrucción o refracción. Encontrará entonces dentro de la multiplicidad la unidad, y su deseo más gozoso será traer cada vez más luz a sus creaciones, olvidándose progresivamente de sus fetiches compositivos cargados de sombras.
Para concluir, un fragmento de las leyendas artúricas en relación con la cámara oscura. Esta receta mágica se encontraba entre los secretos del mago Merlín robados por Morgana:
«(…) El ojo de la caja mágica tendrá que ser perforado con un cuerno de unicornio; de no ser así, resultará completamente inefectiva. (…)»
Todos somos cámaras fotográficas. De nuestro ser depende captar imágenes impregnadas cada vez de más luz, reveladas según nuestra consciencia, que con determinación, libertad y orientación inequívoca podrá cumplir la tarea de dar testimonio de la luz al mundo a través de sus creaciones.