¡Llega el mes de diciembre y con él la celebración de la Navidad!
Una explosión de sentimientos, emociones, deseos, ideas, intenciones y acciones que confluyen estrepitosamente en estos pocos días que tradicionalmente se han instaurado como ¡época navideña!
La Navidad es una celebración propia del cristianismo que evoca el nacimiento de Jesús de Nazaret, una luz que nace en el momento en el que la oscuridad envuelve la tierra, el solsticio de invierno, es decir, el momento del año de mayor oscuridad y frío en las tierras del norte.
Pero, ¿qué hace especial este momento que incluso los no creyentes también lo celebran?
¿Por qué nos sentimos especialmente tocados en esta época? ¿Qué nos impulsa a hacer votos de bondad, a querer compartir más tiempo con nuestras familias y a querer hacer felices a nuestros seres más cercanos?
¿Qué nos lleva a demostrar nuestro cariño, amistad por medio de nuestra presencia física y a través de regalos?
¿Qué es lo que hace que los humanos nos sintamos de esa manera en esta época?
Por encima de las diferencias culturales y religiosas, y a diferencia de la forma exterior de celebrar la Navidad, parece existir un elemento común, esencial e invisible, porque si no, ¿cómo se explicaría que este hecho suceda?
El sistema económico y sus colaboradores pueden inventarse cualquier celebración para mantenerla viva, que de hecho lo hacen constantemente y no necesariamente, en la actualidad, vinculado a la religión.
Conscientes o no, todos, de alguna manera, entramos en “modo navideño”, pues quién de nosotros humanos, ¿puede abstraerse 100% a la influencia de esta atmósfera que se crea alrededor de la Navidad?
Y cuando hablo de ser conscientes o no, me refiero a saber lo que está detrás del símbolo de Nativitas, de la tradición y entrar en el significado metafísico de esta época.
Lo cierto es que todo a su alrededor invita a un movimiento, a un cambio, a un nacimiento, algo dentro de nosotros quiere manifestarse, expresarse.
En épocas anteriores al cristianismo, antiguas religiones como la Romana, la Judía, la Hindú, la Egipcia, y la Persa, celebraban también festividades durante el solsticio de invierno, figuras espirituales como Osiris, Mithra, Krishna nacieron esa noche según sus respectivas tradiciones, y los romanos celebraban en honor a Saturno: las Saturnales y la fiesta del Sol Invicto, celebración dedicada a la deidad solar.
«¿Por qué nos sentimos especialmente tocados en esta época?»
En la Enseñanza Universal encontramos que en el solsticio de invierno el Sol Invisible, Vulcano, el Sol que desde la oscuridad da Luz al Sol, envía su rayo de llamada al nacimiento en el momento en el que Saturno polariza el plomo en el ser humano, con el fin de impulsarnos a un cambio a un nacimiento, mejor dicho, a un renacimiento espiritual.
Saturno es el planeta regente de Capricornio, el signo del zodíaco que rige el solsticio de invierno (este año el 21 de diciembre), y Capricornio representa “la puerta de los dioses o inmortales”
¿No les parece muy curioso todo esto?
Por un lado, Saturno, denominado “el planeta de la frontera”, limita la acción del alma humana, y por otro lado, es el guardián de la puerta hacia la trascendencia; su metal es el plomo.
Según la sagrada alquimia, este metal, el plomo, es la base metálica en el ser humano que debe ser transmutada en Oro espiritual.
Podríamos entonces decir que Saturno limita nuestra acción en la Tierra, quitándonos la energía del Sol para posibilitarnos el entrar en las profundidades de nuestro interior y así poder alimentarnos de la energía de Vulcano, el Sol de medianoche, que se percibe solo en lo más interior de lo interior.
Con todos estos elementos que encontramos referenciados en la literatura podríamos deducir que el cristianismo en su esencia no empieza en Belén, al parecer, según los datos comienza en Egipto y a lo mejor antes. Con esta referencia en el evangelio de Mateo, capítulo 2, versículo 15: “He llamado a mi Hijo de Egipto.” Nos lleva a pensar que el cristianismo en su esencia tiene un sentido universal.
Así que nos encontramos ante dos realidades paralelas. Una es una Navidad exterior que es la celebración de un hecho histórico en un momento específico cósmico, donde las tierras del norte viven su noche más larga y se adornan con luces, que invita al recogimiento, a los buenos deseos, a dar. Y otra realidad que se puede celebrar en el interior de cada ser humano y que implica un proceso de preparación para encender la luz propia, la luz del propio sol interior.
Parece que vivir una realidad exterior sin vivir la interior sería una celebración incompleta, ¿no le parece querido lector?
¡Qué tengas unas felices fiestas, en armonía y con tu lámpara encendida!