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Escrito por: 12:59 pm Artículos

Al encuentro de la mirada del hermano eterno: la derrota de la eugenesia espiritual

Solo es buscador aquél que no ha encontrado. El culmen del buscador espiritual es estar, de facto, …

La mirada con la que le conozco
es la misma mirada con la que me conoce
.

Eckhart de Hochheim

Solo es buscador aquel que no ha encontrado.

El culmen del buscador espiritual es estar, de facto, vacío.

¿Acaso no entendemos por buscador al infatigable lector de libros misteriosos, al místico visitante de templos y gurús, al practicante incansable de ejercicios espirituales? 

 

El individuo busca respuestas. ¿De dónde vengo? ¿Quién soy? ¿A dónde voy?

 

¡Venimos de la nada!, dicen unos. ¡Del Paraíso y volverás a él!, dicen otros. ¡Si quieres entender el misterio, compra mi nuevo (o viejo) libro, así sabrás y serás feliz!, dicen todos.

El buscador es aquel que ya escuchó muchas respuestas y se abarrotó de libros. Se aferró a muchos dogmas, que abandonó, por lo general, para abrazar otros que pronto dejará también.

 

¡Sé bueno! ¡Mejora! ¡Transfórmate en tu mejor versión! Repiten los modernos gurús. Los voceros de la eugenesia espiritual.

Nuestra época nos ha traído una revelación excepcional. La investigación sobre la experiencia religiosa en oriente y occidente desde el ámbito erudito o el de la práctica espiritual ha demostrado que la búsqueda no se centraba solo en los complicados misterios de la antropogénesis y la cosmo-génesis, sino principalmente en una revelación actualizada, en una buena nueva, de lo trascendente en el ser humano.

Sin embargo, sobre nuestra época también proponemos una tesis impopular:

¡El Misterio del ser humano, ha sido sepultado por los mandatos del “buenismo” del moderno mercadeo espiritual!

 

Cuanto más participa un ser humano de los mandatos de la eugenesia espiritual, a la vez que aparecen los síntomas de la neurosis por nunca ser lo suficientemente bueno, el Misterio que se busca desde la antigüedad permanece oculto.

 

«La sabiduría milenaria de todas las culturas tradicionales ha considerado que existe una bi-unidad en la consciencia humana.»

¿Cuál es ese Misterio?

Es el Misterio que debía desvelar el abusado axioma del “conocimiento de sí mismo”. 

El conocimiento de sí mismo es usado como método de indagación psicológica sobre nuestro carácter. Es claro que podemos mejorar, tenemos mucho que reformar en nuestra psique.

Pero ¿qué misterio revela eso? ¿qué somos imperfectos? Ese “misterio”, ¿acaso no es lo suficientemente claro para nosotros hace mucho tiempo?

Ante la imposibilidad de explicarnos mejor sobre lo que sigue con claridad, vamos a tratar de ilustrar lo que intentamos decir con una imagen muy sencilla.

La sabiduría milenaria de todas las culturas tradicionales ha considerado que existe una bi-unidad en la consciencia humana. 

Uno es el Poimándres de Hermes, el Gemelo o Doble Celestial de Mani, el Spiritus Sanctus personal de los buenos cristianos de la Edad Media. El otro es la consciencia biológica, material.

Es como si el ser humano, uno sólo en apariencia, fuera una casa habitada por dos señores.

Uno de ellos es muy antiguo. Es el dueño de casa. 

El otro es el inquilino temporal. Un inquilino que ignora que es solo un inquilino.

Uno es el arquetipo primordial de la consciencia, el hombre interior, cuyo origen es espiritual.

El otro es la consciencia cerebral asociada a los sentidos, el hombre exterior, cuyo origen es biológico.

El ser humano interior, es el Hombre Perfecto del Taoísmo, lo Incorruptible evocado por Pablo, el Atman de los hindúes.

El ser humano exterior, es el hombre corriente, la proyección de lo interior, lo corruptible.

Uno es la imagen.

El otro es la semejanza.

El aspecto interior, el Espíritu, es el Misterio encerrado, literalmente, en la materia, en la carne.

«La única batalla que merece librarse es contra uno mismo.» – El Libro de Mirdad

El problema para el buscador surge cuando las herramientas, las enseñanzas, los métodos para indagar en ese Misterio, se convierten en recursos usados en, con y para el hombre aparente, para la consciencia atada a los sentidos.

Así que volvamos. El recitado hasta el cansancio “conocimiento de sí mismo” enfocado en la consciencia de los sentidos, esto es, el conocimiento del carácter del hombre exterior y su memoria mental y emocional, ¿puede ser un método de trabajo para llegar al Hombre Interior? 

La eugenesia espiritual, la cultura, el cultivo de la personalidad del hombre exterior, ¿podrá desvelar algún día algo del Misterio del Hombre Interior?

La lectura de libros y escucha de pódcast de autoayuda, orientados al bienestar del hombre de la forma, ¿podrán aportar un paso hacia un Misterio del cual no se ocupan?

 

Las denostadas y marginales prácticas mal llamadas ocultas, de control, represión y disciplina de las corrientes nerviosas y respiratorias del hombre exterior, ¿podrán acceder a un Misterio sobre el que no actúan?

Siguiendo nuestro ejemplo, el inquilino ignora ser un inquilino. Cree que es el dueño de casa. 

Sabe que hay un Misterio encerrado en la casa que habita, pero cree que ese Misterio está en las paredes, en los pisos.

 

Recurre a otros inquilinos que están en la misma situación que él. Se entretienen y maravillan mutuamente conociendo la arquitectura de sus casas y hablando de la historia de la arquitectura. Remodelan superficialmente cuanto está a su alcance una y otra vez. Construyen para volver a destruir pisos y paredes exteriores.

Hasta que un día, cansado de tantos oficios infructuosos, cuando en toda la casa reina el silencio, rendido apoya su cabeza sobre la puerta de la habitación central. Sin que sus manos intervengan, sin que haya ningún esfuerzo, la puerta se abre fugazmente y, por primera vez, cruza una mirada con el dueño de casa. Sin saber muy bien qué ha pasado, ha surgido una nueva percepción interior acerca de sí mismo.

 

En la descripción del encuentro con “el Otro”, Jan van Rijckenborgh, que llamó a muchos a volver al relegere y a la práctica en el presente de la antigua tradición gnóstica, declaró:

Veo al amado en el espejo del corazón, del que tantos iniciados han hablado. El mundo del santo Otro me es revelado como si fueran unos ojos que me contemplan.

Y que Mani describió como la contemplación de su doble con sus ojos de luz. 

 

O que, elevado el evangelio a una profunda interpretación espiritual-simbólica, más que literal o histórica, Juan el Bautista, como el arquetipo de la consciencia biológica que abre paso al Otro, expresó con tanta claridad:

Este es Aquél de quien yo dije: 
“Después de mí viene un Hombre que es antes de mí porque era primero que yo”. 
«El buscador está con las manos vacías, porque busca todo excepto a ese Otro, busca todo excepto a Dios en sí mismo. Sin embargo, si acepta ese vacío y no intenta llenarlo con una nueva especulación tiene UNA oportunidad.»

La mirada silenciosa del dueño de casa que le ha observado fijamente, le otorga en un instante un tipo de conocimiento de sí mismo distinto al que vanamente había buscado, haciendo cambios estériles en la pintura y los papeles de colgar de las paredes.

Él sabe ahora que debe abrir lugar al dueño de casa, a su consciencia primordial.

Él reconoce ahora que siempre fue solo un inquilino. 

Él reconoce que en casa habita “el Otro” que estaba antes que él y que además es el arquitecto y dueño de la que pensaba que era SU casa.

Él contempla al Otro como a un padre o quizás, más exactamente, como a un hermano, como a uno al que se está unido íntimamente.

El Misterio del “Otro” es el que impulsa al buscador espiritual, pero él no lo sabe, hasta que por agotamiento, lleno de humildad, lleno de reconocimiento de su propia limitación e ignorancia (principal objetivo del conocimiento de sí mismo y la auto observación), imbuido por algo que podríamos llamar un “cambio fundamental” de su consciencia, un apaciguamiento de su actividad anímica, permite que en el silencio en el que ha entrado pueda surgir la que simbólicamente se denomina “la voz del silencio”, de la que trata uno de los fragmentos del Libro de los Preceptos de Oro traducido por Helena P. Blavatsky.

Por eso, todos los misterios que parecen desvelarse ante la razón o el sentimiento comunes del hombre aparente se demuestran siempre insuficientes, porque no son ellos lo que busca. Allí incluimos las extenuantes disertaciones sobre épocas lejanas, civilizaciones antiguas y extraterrenas, maestros estelares de dudosa procedencia, búsqueda de artefactos y linajes sagrados, prácticas supersticiosas de todo tipo, conspiraciones, sociedades secretas y el largo etcétera de las especulaciones injustamente asociadas a la pura sabiduría espiritual.

El buscador está con las manos vacías, porque busca todo excepto a ese Otro, busca todo excepto a Dios en sí mismo. Sin embargo, si acepta ese vacío y no intenta llenarlo con una nueva especulación tiene UNA oportunidad.

Cuando usa el conocimiento de sí mismo con aceptación de su limitación e imperfección, y el consiguiente silenciarse y permitir que “el Otro” se manifieste, puede comprender entonces la relación inquilino-dueño, consciencia biológica-consciencia primordial y su vida cobra un nuevo sentido, un nuevo orden.

Reconoce el papel que desempeña. Aprende a amar la vida, a aceptarse a sí mismo en su imperfección, pues reconoce que más allá de las limitaciones inherentes a la vida biológica en la materia, lleva dentro un tesoro inconmensurable con cuya manifestación tiene la oportunidad de poder cooperar. 

Se acepta como es, sin dejar por ello de mantener la casa tan ordenada como sea posible, para que allí no solo habite, sino que se pueda manifestar en plenitud el dueño de casa, al que por ignorancia había estado suplantando.

«Despojarse del viejo hombre no es crear un viejo hombre 2.0. Despojarse del viejo hombre es el olvidado complemento del conocimiento de sí mismo: la rendición de la identidad que acompaña a nuestro yo biológico.»

Además, el dueño de casa, el arquitecto, revelará tanto los nuevos planos como los nuevos materiales de construcción que se requieren para hacer las transformaciones que Él necesita realizar en la casa, una vez la consciencia personal vaya abriéndole paso:

He aquí un hombre cuyo nombre es Renuevo, porque Él brotará del lugar donde está y reedificará el templo del Señor. Sí, Él reedificará el templo del Señor, y Él llevará gloria y se sentará y gobernará en su trono. Será sacerdote sobre su trono y habrá consejo de paz entre los dos oficios.

El viejo hombre abre paso al Hombre Nuevo.

 

Despojarse del viejo hombre no es crear un viejo hombre 2.0. Despojarse del viejo hombre es el olvidado complemento del conocimiento de sí mismo: la rendición de la identidad que acompaña a nuestro yo biológico, que llamamos por nuestro nombre, que busca ser bueno, puro y perfecto a toda costa (y que aguarda ansioso los réditos que ello le depara).

 

Por tanto, es esto lo que quiere ilustrar el Evangelio de Juan cuando dice:

Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya.

Si al conocimiento de sí mismo no le sigue esta rendición, lo que ha ocurrido es que el inquilino sigue considerándose dueño de casa. En resumen: es el mismo viejo hombre de siempre que ha intentado corregir su más que evidente e irreductible imperfección y que ahora con un ruidoso megáfono no deja de repetir a sus vecinos “¡conócete a ti mismo!» Sin permitirse a él mismo oír la suave vibración, la suave Voz del “Otro en él”.

 

Si se dejan a un lado los miedos y prejuicios hacia el cristianismo por los errores de quienes se consideraron los dueños de la verdad, además que del espíritu, el alma y el cuerpo de la humanidad, descubrirá que también y principalmente en la enseñanza mistérica cristiana es revelado en toda su magnificencia el Misterio del “Otro en nosotros”:

En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.

Y que en el Canto de la Perla de los Hechos de Tomás, se expresó de forma tan velada y manifiesta a la vez:

Pero, repentinamente, cuando la tuve frente a mí, la vestidura parecía un espejo de mí mismo.
En toda ella pude verme a mí mismo, reflejado por entero, de manera que éramos dos diferentes, y de nuevo Uno en una sola forma.
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