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Escrito por: 6:24 pm Artículos

La relatividad es relativa

Cuando, a principios del siglo pasado, Albert Einstein presentó su famosa Teoría de la Relatividad,…

Cuando, a principios del siglo pasado, Albert Einstein presentó su famosa Teoría de la Relatividad, quedó establecido con claridad que no hay en el universo conocido ningún sistema de referencia fijo respecto del cual se pueda medir el movimiento del resto. Pero, al mismo tiempo también se demostró que cualquiera puede elegirse para ese fin.

 

Normalmente, decimos que la Tierra gira sobre sí misma y alrededor del Sol, éste alrededor del centro de La Vía Láctea, etc.; pero de acuerdo con la Relatividad, nada nos impide considerar a la Tierra como un sistema totalmente fijo y al resto del universo moviéndose con respecto a ella. Y lo mismo con cualquier otro sistema. ¡No hay un sistema de referencia privilegiado!

 

No se trata aquí de ser precisos en cuanto a las implicaciones físicas y matemáticas de una teoría tan compleja como la Relatividad, sino de atraer la atención hacia el hecho de que la Física, en su esfuerzo por describir cada vez mejor nuestra realidad material, nos conduce a veces a perspectivas análogas en la vida humana.

En el ámbito humano, el relativismo es mucho más antiguo en realidad; ya el griego Protágoras lo planteó en el siglo V a.C. con su conocida frase: el hombre es la medida de todas las cosas.

 

Esta frase ha sido interpretada de diversas maneras, pero siguiendo esa analogía con la Física relativista podemos entenderla así: “cada ser humano tiene su propia medida para todas las cosas”.

Efectivamente, cada uno de nosotros vemos las cosas de una manera única. Según nuestras ideas, nuestra educación, nuestras experiencias, etc., damos un cierto valor a cada acontecimiento, a cada realidad con la que nos topamos, e incluso a cada palabra o concepto con los que explicamos esa realidad. De ahí que sea tan difícil la verdadera comunicación entre las personas más allá del mero intercambio de información.

 

Por otra parte, puesto que solo podemos observar y experimentar la vida desde nosotros mismos, corremos constantemente el peligro de proyectar y magnificar nuestra pequeña realidad, y darle un valor exagerado respecto del conjunto.

Ortega y Gasset decía: hay tantas realidades como puntos de vista. El punto de vista crea el panorama. 

 

Hacer zoom en las situaciones, ampliar el panorama de nuestra visión supondría tener en cuenta más y más factores antes de emitir un juicio o formarnos una opinión sobre algo o alguien, lo cual resulta complicado y, además, muy pronto encontramos nuestros límites en cuanto a lo que de verdad sabemos de cada cosa y sus causas. Por eso, en general, nos apuntamos con alegría a la simplificación, al juicio sumarísimo. 

 

 

«¿Cómo asumir nuestra ignorancia fundamental?»

Aquí subyace algo muy interesante: nuestras opiniones y juicios nos están mostrando los límites de nuestra propia consciencia, las posibilidades con las que trabajamos a la hora de clasificar la realidad que percibimos; en definitiva, la amplitud del panorama que nuestra consciencia es capaz de enfocar.

Y en general se observa que cuanto más pequeño es ese panorama, cuanto menor es el número de opciones que maneja, más segura parece estar la persona de todo, menos duda, mejor parece saber lo que hay detrás cada cosa o persona, mejor sabe cuál es la solución a cada problema…

 

El caso extremo de la simplificación lo vemos cada vez más como efecto de esa pandemia social en aumento que es la polarización. Por ella se clasifica a todos los demás en buenos y malos en función de su opinión sobre determinada situación, tendencia o ideología.

Todo esto se puede observar bastante bien en los demás, pero en uno mismo es mucho más difícil y sutil, sobre todo cuando se trata de cuestiones que nos afectan especialmente.

No podemos evitar ver las cosas como las vemos en cada momento. Y, sin embargo, la vida “nos derriba del caballo” de cuando en cuando, nos hace ver lo equivocados y cortos de miras que fuimos en determinados momentos.

 

¿Cómo asumir nuestra ignorancia fundamental? ¿Cómo asumir que nuestra consciencia actual no tiene la capacidad de considerar todos los elementos que influyen y confluyen en cada cosa y situación, y mucho menos conocer su desarrollo futuro?

¿Cómo “tragar esa píldora”, de manera que nuestra autoestima no se quede tan dañada que nos impida seguir buscando respuestas a cuestiones fundamentales?

 

Volvamos a la cuestión inicial. No hay ningún sistema de referencia privilegiado y, por analogía, cada ser humano tiene su propia medida, su propia referencia para todas las cosas; y, además, no puede evitarlo, incluso cuando cree que sigue a otros.

Pero sentimos que algo no funciona, que nos faltan respuestas válidas a cuestiones fundamentales. ¿Cómo o dónde encontrar una referencia válida para comprender y desvelar la realidad?

Si de cuestiones fundamentales se trata, es inevitable recalar en la Enseñanza Universal, la Sophia Perennis, aportada en todos los tiempos a la humanidad, precisamente para ayudarla a resolver esas cuestiones, aunque, de nuevo, las interpretaciones que se hacen de ella son tantas como personas.

Hay una sentencia atribuida al gran sabio de la antigüedad, Hermes Trismegistos que guarda relación con el tema aquí planteado: 

Dios es una esfera infinita cuyo centro se encuentra en todas partes y su circunferencia en ninguna.
«Ese descubrimiento es un acontecimiento de especial transcendencia en la vida de una persona.»

Si lo preferimos, podemos sustituir la palabra Dios por Inteligencia Universal, Causa primera, Logos, Eso, etc., o incluso quedarnos en ese punto en el que nuestra intuición nos dice que hay algo grandioso que sustenta todo, pero nos sentimos incapaces de nombrarlo o definirlo siquiera mínimamente.

En cualquier caso, se plantea aquí una profunda paradoja: todo está en el Centro y el Centro está en todo; pero al mismo tiempo, nos sentimos separados de todo, a pesar de nuestra enorme dependencia del conjunto.

 

Ese es nuestro gran problema, la sensación de estar separados, la consciencia basada en la separación. Pues si hay un centro, por más que sea infinito, estamos hablando de algo único, donde todo y todos están conectados esencialmente, como lo está el ADN en el núcleo de la célula. Y si ese Centro está en todo, y por tanto también en mí, ¿por qué me siento tan separado de todo lo demás?

Tal vez, el problema radica en mi consciencia, que no es capaz de detectarlo, y por ello la pregunta que debería hacerme es, más bien, ¿cómo descubrir y reconocer el foco de ese Centro Universal en mí? No como una cuestión teórica, filosóficamente plausible, sino como algo real, algo detectable por mi consciencia en alguna medida.

 

Ese descubrimiento es un acontecimiento de especial transcendencia en la vida de una persona. En las diferentes leyendas y tradiciones espirituales se lo ha comparado con un segundo nacimiento, el nacimiento a la realidad espiritual, y también, simbólicamente, con el descubrimiento de un tesoro de gran valor, de una joya mágica, o de un antiguo y olvidado linaje.

La atracción por el lado escondido de la realidad, la angustia existencial teñida a menudo de melancolía, pero con un cierto grado de esperanza y de seguridad de que hay algo esencial en juego, son algunas de las señales previas. Pero no siempre es fácil reconocerlas y relacionarlas con la actividad de ese Centro Universal en nosotros, que pugna por abrirse camino hasta nuestra consciencia.

 

Algunos autores plantean que, si la persona realmente madura crea en su vida un espacio de reflexión y de atención interior sincera hacia estas cuestiones, ese Centro se manifiesta en un momento dado como un deseo infinito de realización que fluye del corazón, un deseo completamente distinto a los deseos conocidos, que, sin embargo, no repugna a la razón pues, aunque todavía no se comprende de qué se trata, va acompañado de la certeza de estar ante algo real y posible.

«Si queremos obtener una respuesta no teórica a estas profundas cuestiones parece haber solo una manera: tratar de comprobarlo por uno mismo

¿Qué hacer a continuación con ese descubrimiento? Pues la consciencia no es capaz, así sin más, de pasar a percibir la realidad y vivir la vida completamente a partir de ese Centro, de ese sistema de referencia universal.

Se abre entonces un camino apasionante, pero también difícil, con grandes posibilidades de equivocarse, por ejemplo, encapsulando mentalmente ese foco espiritual en nosotros con todo tipo de teorías y elucubraciones que hagan perder el contacto directo con él; o bien, intentar aprovecharlo para fines personales – bienestar, poderes especiales…

Parece mucho más razonable, y así se aconseja, esforzarse por escucharlo, comprenderlo y seguirlo, hasta que un día guíe totalmente nuestra vida, nuestra percepción y nuestra comprensión.

 

¿Es este el camino que siguieron tantos sabios e iniciados, y así lograron esa serenidad existencial, a pesar de que a menudo sufrieron grandes dificultades e injusticias?

¿Es esta la manera de superar la consciencia de la separación y de entrar en la unidad con el Todo sin por ello perder la verdadera individualidad?

¿Es este el camino para alcanzar un estado de consciencia no limitado por la suerte de un simple cuerpo temporal?

Si queremos obtener una respuesta no teórica a estas profundas cuestiones, parece haber solo una manera: tratar de comprobarlo por uno mismo, y ello en el propio sistema de referencia, en uno mismo.

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