Actualmente, nuestra manera de relacionarnos con la realidad, con lo que ocurre “ahí afuera”, pasa en buena medida por las informaciones que nos llegan por medios digitales. Todos sabemos que ese es un medio complejo, con grandes ventajas y grandes inconvenientes y, sobre todo, con cambios constantes, en ocasiones, de mucho calado. Lo último que ha llegado a nuestras vidas y que, según se anuncia, pronto estará al alcance de cualquiera con una potencia antes inimaginable, es la Inteligencia Artificial (IA).
Sus campos de aplicación son muchos, y cada día tenemos noticia de nuevas aplicaciones prácticas y nuevas posibilidades que explorar. Por ejemplo, están los que ven en la IA una nueva y muy potente herramienta para el arte y la creatividad en general, con resultados impresionantes que ya se pueden empezar a apreciar. También en ámbitos científicos y en los de la tecnología y la industria, la IA está abriendo nuevas posibilidades en cuanto a formación de profesionales, implementación de estudios y proyectos de todo tipo.
Por contra, muchas profesiones y muchos puestos de trabajo están en peligro (se habla de cientos de millones en todo el mundo). Y en campos como el de la enseñanza, ya se ve el enorme problema que va a suponer recibir trabajos de los estudiantes generados por la IA, que van a ser indetectables. Ese hecho es muy significativo de algo que subyace a todo esto, pues ¿quién está engañando a quién? ¿Quién está hablando ahí, el ser humano o la máquina?
Si lo comparamos con la ventriloquia, ¿quién es el ventrílocuo y quién es el muñeco?
El ser humano (el ventrílocuo) ha creado la máquina (el muñeco), pero en el día a día ¿cuántas veces vamos a intercambiar los papeles? Pero el gran problema parece estar en el terreno de la información.
“Estamos ante el fin de la realidad”. Estas palabras aparecen ya en artículos, entrevistas a expertos y reportajes sobre el panorama que se abrirá muy pronto, cuando el uso de la IA se extienda. Si no teníamos bastante ya con las fake news y los foros en redes sociales en los que máquinas programadas (chatbots) se hacen pasar por humanos para propagar ciertas ideas y defender ciertos intereses con todo tipo de manipulaciones, ahora llega la nueva IA y, pronto, a partir de una pequeña muestra real, cualquiera podrá generar vídeos y audios con imágenes y voces de cualquier persona, pero totalmente falsos y, además, indistinguibles de uno real.
«Todo parece indicar que, en verdad, no conocemos casi nada de casi nadie.»
Saber lo que es verdad va a convertirse – si es que no es así ya en muchos casos – en una suerte de lotería, donde apostamos a verdadero o falso, pero con consecuencias no solo virtuales.
En poco tiempo veremos ante qué retos nos coloca todo esto, y qué soluciones se proponen, pues también está el delicado ámbito de la toma de decisiones, y muchos no podemos evitar preguntarnos si vamos a ser capaces de manejar la IA o si acabará por desbordarnos completamente. Pero ésta es solo una parte de la cuestión que se quiere plantear en este artículo.
La cuestión es, en nuestro contacto con la realidad, ¿es muy diferente cuando la información nos llega a través de lo que vemos y oímos, o de lo que nos cuenta alguien directamente?
¿Cuántas veces la vida parece una de esas historias en las que hay inesperados giros de guion y, de repente, alguien que parecía claramente de una manera, muestra razones y circunstancias ocultas, o reacciones inesperadas, que nos hacen cambiar totalmente de opinión?¿Cuántas veces, si hemos sido sinceros, al menos con nosotros mismos, nos hemos dado cuenta de que habíamos juzgado muy a la ligera?
Todo parece indicar que, en verdad, no conocemos casi nada de casi nadie.
Bueno, pero al menos nos queda lo que nos muestran nuestros sentidos directamente. Lo que vemos, oímos, tocamos, etc., está pasando de verdad. ¿O no?
En realidad, la neurociencia ha venido a desilusionarnos también en ese terreno en alguna medida.
La famosa frase “no vemos las cosas como son, sino como somos” ya puede leerse en libros divulgativos de neurociencia. Y es que, según los últimos descubrimientos, percibir es realizar una elección.
Cuando nuestros sentidos hacen llegar a nuestra consciencia lo que han captado de la realidad exterior, esos estímulos han atravesado antes determinados circuitos cerebrales donde se produce una criba y una interpretación no conscientes en función de nuestras ideas, condicionantes culturales, experiencias previas e incluso de nuestro estado y postura corporal del momento.
Ese pequeño retardo entre el estímulo exterior y su procesamiento no consciente hasta que llega a nuestro cerebro consciente lo podemos comprobar, por ejemplo, ante un ruido que nos sobresalta: si nos fijamos bien, veremos que nuestro cuerpo reacciona un instante antes de que oigamos conscientemente el ruido.
«Para los buscadores de la Verdad, este mundo se asemeja a un desierto lleno de espejismos.»
También guardan relación con esto los automatismos que, por economía, introduce nuestra mente en nuestras percepciones.
Por ejemplo: alguien nos habla y, en un momento dado, dejamos de escuchar con atención porque ya creemos saber lo que nos va a decir, tal vez por comparación con otras ocasiones similares.
Pero quizá en esa ocasión había una información nueva que se perdió en la nebulosa del tema que creíamos ya conocer. Estábamos convencidos de que habíamos escuchado perfectamente, pero en realidad no lo hicimos. A veces, a esto se le llama “fallos de comunicación” …
Pero, ¿cómo descubrir los mecanismos inconscientes por los cuales, de entre todo lo que percibimos, elegimos y damos especial importancia a lo que encaja con nuestra visión previa de las cosas, e incluso, a veces, directamente deformamos lo percibido para hacerlo encajar en nuestros esquemas?
Para un buscador de la Verdad, con mayúsculas, es muy desconcertante que no seamos capaces de distinguir la verdad de la mentira, o que muchas veces no consigamos saber qué está pasando verdaderamente en la realidad que tenemos delante, y cuáles son sus claves profundas.
Y, sin embargo, esto no es ninguna sorpresa. Muchas tradiciones espirituales nos advierten de que en este plano y con nuestra consciencia actual, lo que parece realidad está cargado de ilusiones y, por así decirlo, de trampas para un desarrollo espiritual.
Esto ha dado lugar a un cierto desprecio por la materia en determinados ámbitos, cuando en realidad el problema no es la materia, sino más bien que no hemos descubierto qué tenemos que hacer aquí.
Y, así, poco a poco hemos ido complicando todo enormemente.
En todos los tiempos, la Enseñanza Universal ha recalcado siempre la doble naturaleza del ser humano: la espiritual, que contiene la esencia de lo que tenemos que llegar a ser, pero que aún no se ha desplegado; y la natural o “animal”, es decir, “animada” por un alma natural. La imagen que tenemos del mundo que conocemos, nuestra mentalidad y la realidad cultural y social que hemos generado son la consecuencia de enfocar la vida con el fuego natural que nos anima, incluso cuando se trata de realizar los grandes ideales.
Los resultados están a la vista. Para los buscadores de la Verdad, este mundo se asemeja a un desierto lleno de espejismos, donde nos ahogan las múltiples informaciones que nos llegan, numerosas como granos de arena, pero que a menudo no sabemos interpretar ni integrar en nuestra vida.
«Dejamos así de identificarnos únicamente con nuestra parte biológica y su devenir.»
En algún momento, nuestras experiencias y nuestra búsqueda acaban por llevarnos a un oasis donde podemos refrescarnos con una expresión viva de la Enseñanza Universal, que resuena muy hondo en nosotros.
Esos oasis nos permiten conectar nuestra naturaleza espiritual con las fuerzas espirituales ayudadoras, al tiempo que actualizan la esencia de enseñanzas milenarias.
Se trata de enseñanzas amplias y profundas, que nos muestran la manera de reconocer nuestra naturaleza espiritual y hacer aflorar a nuestra consciencia sus impulsos, de manera que vayamos destilando las claves para ir desgarrando los velos de la ilusión en este plano, los cuales están muy anclados en nuestra propia mentalidad, en nuestras concepciones de la realidad y en nuestros sentidos.
De esa manera, por un profundo proceso de transformación interior, comenzamos a vislumbrar otros planos de la manifestación universal, presentes en este mismo espacio, pero separados en vibración; y esto también en el propio ser.
Dejamos así de identificarnos únicamente con nuestra parte biológica y su devenir.
Nos volvemos, además, de gran ayuda para otros por el hecho de aprender a colaborar con las grandes corrientes espirituales ayudadoras, que impulsan el desarrollo espiritual de la humanidad.
Si nos fijamos en la vida y las enseñanzas de los grandes del Espíritu que han acompañado a la humanidad en todos los tiempos, nos daremos cuenta de que donde nosotros experimentamos la realidad como un desierto, ellos podían contemplar las grandes corrientes universales del Agua Viva, que riegan los fértiles campos de la manifestación universal, la verdadera Realidad. Y su esfuerzo siempre ha ido dirigido a mostrarnos el camino para elevarnos a ese estado de ser y de consciencia.